miércoles, 29 de abril de 2015

Bienvenidos a Costa de Marfil



Hay países en los que, desde el primer momento, te sientes bienvenido. Costa de Marfil, sin ir más lejos. Influye que viajé allí invitado por el Ministerio de Turismo y formando parte de una delegación española que, fuera donde fuera, era recibida con aplausos, vítores, danzas, jolgorio, abrazos, sonrisas, vino de palma y rituales de bienvenida. En resumen, algo así como Bienvenido Mister Marshall, pero en versión africana.
El periplo empezó por la preciosa playa de Grand Jacques, en una carpa bajo las palmeras en la que pudimos sentir la calidez de unos lugareños que bailaban y reían a pesar de los más de treinta grados y la elevada humedad. Sudé tanto allí que pienso que si me hubiera entretenido en recoger el sudor habría llenado unos cuantos cubos. Todo un contraste con mi anterior viaje: nada menos que a la Antártida. Los notables locales, ataviados con sus mejores prendas, nos desearon la bienvenida y nos obsequiaron con agua de coco recién bajado de la palmera. Una delicia. 
Uno se acostumbra rápido a caminar entre la multitud como si fuera una estrella de rock o el mismísimo Mister Marshall. Se trata de lucir una gran sonrisa, saludar sin cesar y tratar de devolver con la mirada todo el buen rollo que te regala la gente. El director general de Turismo nos lanzó un deseo: “Cuando la guerra, el país estaba lleno de periodistas, pero llegó la paz y se marcharon todos. Queremos que vuelvan para que cuenten lo bello y tranquilo que es el país y que hagan que regrese el turismo”. Pues eso, Mister Marshall.

sábado, 11 de abril de 2015

La belleza dramática de la Antártida



Cruzar de noche el canal de Lemaire, en medio de una intensa nevada, equivale a retener la respiración, forzar la vista, adecuar tus pasos por cubierta a la lenta velocidad del Fram, protegerte contra el frío y cruzar los dedos para que todo salga bien. El barco avanza en zigzag, con prudencia, esquivando icebergs en medio del crujir de la capa de hielo que hay en superficie.
Cuando la nevada reduce la visibilidad, el capitán ordena, desde el puente de mando, encender un potente foco para ver mejor el mar de hielo. Es un mundo inundado de blanco, envuelto en silencio, en el que uno tiene la sensación de que el hombre es tan sólo un accidente mínimo. La grandiosidad del paisaje sobrecoge. 
Ésta es la última entrada que escribo sobre la Antártida. Podría escribir muchas más sobre esta tierra fascinante, pero no puedo alargarme indefinidamente. Para terminar, nada mejor que el canal de Lemaire. Fue emocionante cruzar este canal estrecho, poblado de icebergs de todos los tamaños y con glaciares a ambos lados, inmensas fábricas de hielo que arrojan, de vez en cuando, aún más hielo a este mar inacabable para resalzar, aún más si cabe, la belleza dramática del continente helado.


martes, 7 de abril de 2015

Oferta en base ucraniana: un vodka por un sostén



En la base Vernadsk, que pertenece a Ucrania desde 1996, lo más famoso es el bar. Y lo es por dos motivos: porque venden un vodka hecho por ellos que entra la mar de bien, y porque tienen una oferta increíble: un chupito de vodka por un sostén, aunque sea usado. Resultado: sostenes de distintos colores y tamaños cuelgan de los estantes del antiguo pub británico.
Antes de pertenecer a Ucrania, la base era británica, se llamaba Faraday y realizó mediciones importantes para descubrir el agujero de la capa de ozono. Hoy, sin embargo, todo parece ir al ralenti. Un par de ucranianos juegan al billar y otros se entretienen consultando Internet. En el exterior, unos cuantos grados bajo cero y un campo de fútbol cubierto de hielo, del que sólo asoma la parte alta de las porterías, se encargan de recordar que en el interior se está mejor que en ningún otro sitio.

En los grandes depósitos, rodeados de nieve, alguien dibujó dos dedos que forman la V de Victoria, un par de palmeras y un sol. Es una manera de proclamar que, a pesar de todo, la vida aquí puede ser maravillosa.

sábado, 4 de abril de 2015

Desde una isla llamada Decepción



Los nombres de los accidentes geográficos de la Antártida remiten a exploradores famosos, a curiosidades científicas o, en algunos casos, a estados de ánimo. En este último grupo se inscribe la isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur. Es un lugar fascinante. Una brecha en esta isla volcánica permite al Fram entrar en la caldera, lentamente, ya que un barco hundido dificulta la maniobra. Una vez dentro aparece, entre la nieve, un mundo envuelto en misterio.
Nieva en la isla Decepción. Desembarcamos en una playa de arena negra y empezamos a subir hasta lo alto de un cráter. La nieve me ciega por momentos. Camino lentamente, la mirada fija en los pies del compañero que va delante. El frío duele. Pienso en el mérito de exploradores, como Scott o Amundsen, que tenían que avanzar en condiciones mucho más extremas y peor equipados. La épica asoma en isla Decepción. 
En los años sesenta, unas erupciones volcánicas forzaron a los balleneros que vivían en la isla a abandonarla. Quedan algunas casas maltrechas y unos grandes depósitos oxidados que contrastan con la soledad omnipresente. Un par de focas se solazan en la playa, ajenas al desembarco de turistas. Cuando nos marchemos, volverá a reinar una densa soledad cargada de recuerdos épicos.