lunes, 14 de septiembre de 2015

Volver a las islas griegas



Las islas griegas no se acaban nunca. Hay más de dos mil, de las que unas ciento setenta están habitadas. Esto significa que siempre quedan islas pendientes. Este verano he estado en Amorgós, una pequeña isla de las Cícladas, preciosa, tranquila. El pueblo de Chora, medio escondido en el corazón de la isla, escoltado por molinos caídos en desuso, es una maravilla, como también lo es el monasterio de Panagia Hozoviotissa, pegado a un acantilado, unos trescientos metros por encima del mar.
En Amorgós la vida es apacible, sin grandes hoteles, con un par de playas y tabernas donde se come buen pescado y se bebe buen vino. Las casas blancas de Chora resplandecen como un faro que te llamara a un lugar acogedor, siempre con una pequeña iglesia, de un blanco nuclear, a unos pocos pasos. 
 Los restos de la antigua fortaleza, en el centro de Chora, parecen conjurar a las casas blancas a su alrededor, en una sinfonía perfecta.