viernes, 29 de enero de 2016

A Sukhothai le sientan bien las ruinas



Empieza una road movie a la tailandesa: de Chiang Mai hasta Ayutthaya, con parada en Sukhothai. La primera etapa, de 220 kilómetros, nos lleva a Sukhothai por buenas carreteras rodeadas del esplendor verde del sudeste asiático. Una vez allí, descubro que a la que fue capital del imperio hace ochocientos años le sientan bien las ruinas.
El Parque Histórico de Sukhothai, a unos doce kilómetros de la ciudad del mismo nombre, cuenta con once templos que son ideales para visitar en bicicleta. La entrada cuesta 100 bahts, más 10 de la bici. Los muros de ladrillos mal encajados, las columnas que ya no sostienen nada y las numerosas estatuas de Buda que se reflejan en los estanques recuerdan la gloria perdida. 
Fuera de este recinto, el poco frecuentado templo de Wat Chang Lom muestra un discreto encanto difícil de superar. Las 36 cabezas de elefante esculpidas en la base le dan un aire original que se refuerza al atardecer, cuando la luz se vuelve más cálida. Se está bien en Sukhothai, la antigua capital.

domingo, 24 de enero de 2016

Cenando a orillas del Mekong



Los grandes ríos siempre me atraen, y más aún si tienen un hálito literario, como es el caso del Mekong. Navegué por él años atrás, hasta la bella ciudad de Luang Prabang, en Laos, o al espacioso delta, en Vietnam. En esta ocasión me conformo con cenar en uno de los chiringuitos que se montan junto al río en Chiang Saen, en Tailandia. Mantel en el suelo, comida buena y barata y una luz que viste el río de plata y se resiste a retirarse.
En el puerto de Chiang Saen hay barcazas que transportan mercancías a la China. Un poco más al este, desde Chiang Khong, puedes navegar río abajo, hasta Luang Prabang. No muy lejos se encuentra el lugar donde coinciden las fronteras de Tailandia, Birmania y Laos. La tentación de ir más allá siempre está presente. 
De todos modos, se está tan bien cenando junto al Mekong que la tentación puede aplazarse. Lo que toca hoy es disfrutar del momento y sumergirse en la literatura que desprende este río mítico de 4.350 kilómetros que nace en el Himalaya y desemboca en el Mar de la China Meridional.
Duermo en una pensión cerca del río y me asaltan exóticos sueños que parecen salidos de las novelas de Joseph Conrad. Mekong, por cierto, significa “la madre del agua”, un bonito nombre.

jueves, 14 de enero de 2016

Nos vamos un momento a Birmania



De todas las cosas que vi en Birmania, la que más me llamó la atención fue este cartel dirigido a los motoristas en Tachileik. Me gusta porque es claro y conciso, sin problema de lengua. Esto no puede hacerse y ya está. Cierto que también vi algunos templos y comí de maravilla, pero los viajes tienen eso: al final te quedas con una imagen que se te queda grabada.
Fue mi amigo Romero el que me propuso la escapada birmana. “Tengo que ir un momento a Birmania”, me dijo mientras estábamos holgazaneando en Chiang Mai. ¿Me acompañas?”. Me sorprendió cómo lo dijo, en un tono neutro, como si dijera: “Voy un momento a comprar el periódico”. Teniendo en cuenta que Mae Sai, el pueblo de la frontera, se encuentra a más de 200 kilómetros, me pareció un capricho curioso. Luego me lo explicó: tenía que ir a Birmania por un lío burocrático. Así pues, subimos a un autobús hasta Chiang Rai y luego a otro hasta la frontera, que pasamos a pie, sin agobios. Lo curioso es que, en vez de ponerte un sello, si vas de paseo por unas horas, la Policía birmana se queda con tu pasaporte, te da uno provisional y te lo devuelve cuando regresas. Allí, por cierto, vi este otro cartel. 
El “momento birmano” estuvo bien. De paso estuvimos un día en un agradable poblado akha del Triángulo de Oro, paseamos por plantaciones de te y nos bebimos unas buenas cervezas a orillas del Mekong, en Chiang Saeng. Tardamos unos cuantos días, pero es lo que tienen los viajes: que la línea recta y el camino más lento casi nunca es lo mejor. Lo bueno siempre toma su tiempo.



martes, 5 de enero de 2016

Monasterios, altares, budas y fiestas

En Chiang Mai abundan los monasterios. Basta que des una vuelta a la manzana para que te tropieces con un par, como mínimo. En cada casa, además, hay un altar dedicado a los dioses que cuenta con comida, bebida, flores y otras ofrendas. La religión está por todas partes, pero no agobia. La prueba está en estos simpáticos monjes de plástico, equipados con elegantes gafas, que piden limosna con una sonrisa.
De todos modos, si uno prefiere pasar de los templos, en Chiang Mai no es problema. La vida está en la calle, en todas partes y a todas horas. Si ese día no hay fiesta, pues se inventan una, que la vida está para darse unas alegrías. Para el cumpleaños del Rey de Tailandia me di de bruces con un animado desfile del que forma parte esta bella carroza.
Y así sigue la vida en Chiang Mai, entre templos, altares, budas, desfiles y una alegría contagiosa. La prisa y el estrés, por cierto, están mal vistos en estas latitudes.