jueves, 31 de mayo de 2012

Panamá (y 7): Adiós al Canal

Los viajes son paréntesis: estás metido a fondo en la circunstancia de un país, en este caso Panamá, y llega un momento en que te das cuenta de que al día siguiente esto se acaba. Irás al aeropuerto, soportarás la lenta y pesada burocracia de los vuelos, subirás a un avión y muchas horas después volverás a estar en casa... hasta el próximo viaje. Pero, bueno, tampoco es hora de quejarse. Panamá es un buen destino, un país pequeño lleno de contrastes, y para despedirse de él nada mejor que un paseo en lancha por el Canal.


El Canal mide, de punta a punta, unos 80 kilómetros, con varias esclusas que ayudan a salvar los desniveles. El lago Gatún, por ejemplo, que es la extensión de agua más grande en Panamá (artificial, por supuesto), se encuentra 26 metros sobre el nivel del mar. Navegar por él es curioso: ya que tienes la sensación de que estás en medio de la selva, con monos aulladores incluidos, muy lejos del mar, y te aparece de repente un barco chino cargado de contenedores hasta los topes. Ha pagado una burrada (hasta 400.000 euros) por tomar el atajo hacia el Caribe, y seguro que le sale a cuenta.


El Canal demanda todo el protagonismo en Panamá. Y con razón. Diez millones de dólares diarios son un buen motivo. Aunque sólo sea por eso, una buena manera de despedirse de él es subir hasta lo alto del Cerró Ancón, donde ondea desde 1999 una gran bandera panameña. Antes, cuando el Canal era norteamericano, ondeaba la de Estados Unidos, y en el cerro son muchas las pintadas que recuerdan que en 1964 varios estudiantes fueron asesinados cuando intentaban colocar la bandera de su país. Hoy, por suerte, todo ha cambiado... y el cerro es también un buen sitio para ver hasta qué punto ha crecido Panamá City, la nueva Singapur de América.


Adiós, Panamá. Hasta pronto. Me gustaría regresar algún día para pasar más tiempo en las islas Kuna Yala, en estas maravillosas islas del Caribe que parecen haber sido diseñadas para convertirlas en el mejor escenario de la felicidad.


lunes, 28 de mayo de 2012

Panamá (6): La histórica bahía de Portobelo


Si hay un lugar que respira historia en Panamá, éste es sin duda Portobelo. Aunque ahora se muestre como una apacible bahía, con unas pocas casas al pie del monte y a orillas del mar, las ruinas de varias fortalezas delatan la importancia estratégica que tuvo en el pasado... y los numerosos saqueos que sufrió.


 Colón desembarcó aquí en su cuarto viaje a las Américas, en 1502, y entre los siglos XVI y XVIII Portobelo se convirtió en un importante enclave comercial. El oro procedente de Perú llegaba a las costas de Panamá por el Pacífico, y una vez allí se cargaba en mulas para trasladarlo, por el llamado camino de las Cruces y por el río Chagres, al otro lado del istmo, hasta Portobelo, a un centenar de kilómetros que hoy pueden salvarse sin problemas gracias al canal de Panamá, o gracias a un tren centenario. Una vez en Portobelo, se embarcaba en galeras que lo transportaban a España.


            Tanto oro acabó por despertar la codicia de los piratas británicos. Francis Drake murió de malaria en Portobelo cuando intentaba saquear la ciudad, en 1592, y hoy lo recuerda la isla del Drague, frente a la bahía. William Parker la sorprendió en 1608, pero el más famoso de los ataques es el de Henry Morgan, que la saqueó en 1688 a lo largo de catorce días. Cuando en 1739 el almirante Edward Vernon capturó Portobelo, la hazaña se celebró por todo lo alto en Inglaterra, hasta el extremo que este episodio daría nombre a una de las calles más célebres de Londres, Portobelo Road.


            Hoy, sin embargo, perdida desde hace años su importancia comercial y estratégica, Portobelo aparece como una bahía tranquila, aunque cargada de historia, eso sí, con edificio históricos como el de la Aduana, la iglesia de San Felipe, las ruinas de las fortalezas y decenas de cañones oxidados que apuntan hacia la boca de una bahía por la que ya sólo navegan veleros en son de paz.


Una vegetación exuberante envuelve hoy a Portobelo, como si quisiera protegerla de la tentación del saqueo. Al otro lado de la bahía, en medio del bosque, un hotel llamado precisamente El Otro Lado, al que sólo puede llegarse por mar, ofrece un reposo de lujo para los viajeros que llegan aquí con la memoria repleta de episodios violentos larvados en el horror de los interminables saqueos.

viernes, 25 de mayo de 2012

Panama (5): Río arriba


No es fácil llegar hasta la comunidad Candí Yala, una de las más aisladas de los indios kuna. De las 49 comunidades kuna que hay en Panamá, ésta es una de las 9 que se encuentra en la costa, pero es imposible llegar hasta ella en vehículo. La elección es sencilla: o caminar dos horas y media por la selva, o remontar el río. Yo elegí la segunda, pero no tardaron en surgir los problemas: el río bajaba con poco agua y en algunos tramos había que bajar para empujar o para tirar de una cuerda.


A pesar de todos los problemas, conseguimos llegar allí tras dos horas y media de zozobras. Una vez desembarcados, sólo faltaba una caminata de un cuarto de hora por la selva. Y ahí estaba Candí Yala: unas cuantas chozas en un claro de la selva, una escuela “de concreto” de la que están muy orgullosos, kunas que nos observan extrañados y niños que juegan en el patio más extenso del mundo.

 El sayla, jefe de la comunidad, no recibió con toda la ceremonia en la casa grande de la comunidad, tal como manda el protocolo, y nos contó curiosidades de la tradición kuna. Me gustó que se vistiera con corbata y chanclas, y que no se disfrazara de indio.

Para darnos la bienvenida, los niños del poblado nos obsequiaron con unas danzas tradicionales y las mujeres nos mostraron sus coloridos vestidos y sus adornos de oro.

El almuerzo en la escuela fue el broche final a una jornada perfecta con los kuna de la comunidad de Candí Yala. Quedaba el regreso, claro, pero siempre es bueno comprobar que el descenso por un río es mucho más placentero que remontarlo.

jueves, 24 de mayo de 2012

Panamá (4): Los días de las islas

No es fácil marcharse de las islas de los kuna, en Panamá. En fin... A la vista está el por qué. Un agua transparente y un conjunto bien montado de palmeras siempre tienen su atractivo.


Si a este lugar paradisíaco, digno del Robinson más robinsoniano, le añadimos el hallazgo afortunado de una isla del tesoro en la que tienen unas cuantas latas de cerveza fresca...

 

... un vivero de langostas a una distancia asequible...


...y una mesa privilegiada en primera línea de mar, pues, como diría el filósofo Schuster, "no hace falta decir nada más". Y a disfrutar de la vida, que son cuatro días mal contados...


martes, 22 de mayo de 2012

Panamá (3): Días tranquilos en las islas kuna

La vida en a islas kuna, en la costa caribeña de Panamá, transcurre plácida y feliz. El mar está en calma y nunca renuncia a su color turquesa, mientras las muchas islas se van sucediendo como si buscaran competir en belleza. En la isla de Aguja tengo, digamos, el campo base, con una cabaña entre palmeras encarada al mar. En un paraíso como éste, no se necesita mucho más.


Hay cerca de 400 islas y no hay prisa por irlas conociendo. Todas se parecen, ya que están hechas con la mima receta, a base de palmeras, mar azul, arena blanca, coral y calma, mucha calma. Pero la suerte es que cada una es diferente a su manera.


En resumen, que los días pasan felizmente en las islas de los kunas, también llamadas de San Blas. Todo transcurre suavemente, sin agobios, y si encima tienes la suerte de encontrar una buena estrella en sus apacibles aguas cálida, pues mejor que mejor.


Por cierto, la palabra stress no existe en el lenguaje de los kuna. Se comprende.



domingo, 20 de mayo de 2012

Panamá (2): Las hermosas islas del Caribe

Panamá es un país pequeño, pero con muchos contrastes. Es, como si dijéramos, un país con yin y yang. En el lado del Pacífico tenemos Panamá City y los apabullantes rascacielos, pero basta recorrer los 80 kilómetros que separan la gran ciudad del Caribe, al otro lado del país, para encontrarse con un paisaje absolutamente diferente. Estamos en Kuna Yala, el territorio de los indios kuna, que han conseguido preservado su cultura a través de los siglos. Viven en la costa y en las cerca de 400 pequeñas islas que se esparcen por un mar tranquilo, con arena blanca, coral, palmeras y unas aguas de un increíble color azul turquesa.


Las islas de Kuna Yala son un paraíso al alcance, con un paisaje de ensueño y gentes encantadoras. En algunas de las islas viven familias kuna que venden comida, bebidas frescas y artesanía.


Pero si prefieres una isla desierta también las hay, y muchas. De las 400 islas que se encuentran hasta la frontera con Colombia, sólo unas 40 están habitadas, y sólo en 10 de ellas hay unas pocas cabañas para los turistas. En cualquier caso, es un lujo navegar por aquí, siempre en busca de la isla perfecta.


Lo bueno es que más alla de cualquier isla hay siempre otra isla, tan o más bella que la anterior. Son todas llanas, pequeñas y del mismo formato: coral, arena, palmeras y agua clara, aunque de vez en cuando hay una que se singulariza: como esa isla recién creada en la que destaca una única palmera. Los kuna la han bautizado como la Isla Viagra. ¿Por qué será?



jueves, 17 de mayo de 2012

Panamá (1): Ponga un Canal en su vida

Y ahora, tras unos pocos días de descanso en Barcelona, toca Panamá... De Turquía a Panamá hay un buen trecho, y no sólo en kilómetros, que también (diez horas de avión desde Madrid!). Pero en ambos países se está bien, muy bien. Europa y Asia versus América, versus el Trópico. De entrada, treinta grados y una humedad que te hace sudarlo todo. Panamá City deslumbra de entrada por sus muchos rascacielos y sus muchísimos proyectos. Tienen dinero y no piensan parar hasta convertir el país en un destino turístico


 Han ganado tierras al mar, están renovando a fondo el Casco Antiguo y tienen un Museo Frank Ghery, un centro de convenciones y un puerto de cruceros en obras para inaugurarlo para el 2014, cuando el canal cumpla cien años. El canal es una máquina de hacer dinero. Llegan a los 10 millones de dólares diarios y, claro, con estas cifras es la Joya de la Corona. Visitarlo es obligado, aunque sea sólo para reconocerle sus méritos. El entorno es precioso: muy verde, como corresponde a un país en plena temporada de lluvias. Cuando se acerca la tormenta, muchos lo ven como una bendición del cielo. Entre el canal, que se encarga de los ingresos, y la lluvia, responsable del verde, Panamá va viento en popa.


Impresiona ver la gran obra del canal, e impresiona ver cómo pasan por las compuertas los barcos más grandes, los Pan Max, cargados hasta los topes de contonedores procedentes de China. Impresiona por el poco espacio que dejan, y es por eso que ya están construyendo un nuevo canal justo al lado, más ancho y más moderno. Hay que cuidar el negocio.


Cuando te alejas del canal, de la máquina de hacer dinero, vuelves a encontrar en Panama City las calles llenas de gente y de ilusiones. La gente se agolpa en los llamados Diablos Rojos, los populares autobuses que recorren esta ciudad de tráfico caótico. Pero, bueno, hay que tener paciencia: están construyendo el metro (otro gran proyecto!) y cuando esté listo, todo será distinto.


El futuro sonríe a Panamá, un país donde la crisis no se nota.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Turquía (y 4): Apacible navegación por Dalyan

Hoy navegamos por el río Dalyan, muy cerca de la costa. Cañizares, aguas mansas, tortugas... y tumbas en el horizonte. El piloto se llama Murat. Ya ves: podríamos formar una sociedad: Murat & Moret. Al poco de salir de Dalyan me fascinan las tumbas licias excavadas a la roca: otra maravilla que nos retrotrae al espléndido pasado de esta región.


Poco después vemos unas tortugas (Cornetta Cornetta) que asoman a la superficie, atraídas por la comida que les ofrecen unos pescadores.  Me gusta el buen rollo que hay por aquí: gente amable siempre dispuesta a la conversación y a sonreir.
Al final del recorrido, una larga playa de arena, otra de las muchas playas hermosas que hay por esta costa a la que estoy seguro que regresaré algún día.



De momento, sin embargo, el viaje por la costa licia llega a su fin. Toca regresar a Barcelona... para preparar un nuevo viaje.



lunes, 14 de mayo de 2012

Turquia (3): De Kas a Kastellorizo

Lo bueno, o lo malo (según cómo se mire), de los viajes es que siempre andas con la mochila de la memoria a cuestas. Ahora mismo, acabo de llegar a Kas, un pueblo precioso de la costa licia, y la visión, justo enfrente, de la isla de Kastellorizo, me ha llevado a pensar en los días felices que pasé allí hace unos veranos. Se estaba bien en la isla donde se rodó Mediterráneo, se estaba bien rodeado de emigrantes australianos que volvían para someterse a un baño de nostalgia. Pero ahora mismo no tengo tiempo de ir a Kastellorizo y tengo que conformarme con los recuerdos. De todos modos, se está bien en Kas, un pueblo agazapado al pie de la montaña y a orillas del mar, con muchos hoteles, unos cuantos restaurantes donde se puede comer buen pescado, bares donde se vive la fiesta hasta tarde y un agua limpia y maravillosa.


     Me gusta esta costa porque tiene muchas cosas del Mediterráneo de antes: ese mar esencial, la ausencia de prisa y, ahora en mayo, una soledad que te reconcilía con un paisaje que tiene mucho de eterno y contigo mismo. 
    Para recordar el pasado, merece la pena acercarse al teatro romano que hay en las afueras, rodeado de olivos y encarado a Kastellorizo, la isla de los sueños que esta vez no podré visitar.


    Desde lo alto del teatro, me acuerdo de la mallorquina Serra de Tramuntana, y más concretamente del pueblo de Deià. Debe de ser por los olivos, y por la montaña que se desploma en el mar. Sea por lo que sea, tengo también un recuerdo por los veranos felices de Deià, por la calma proverbial del Mediterráneo de antes, de aquel mar que nos lleva a pensar en Ulises y en La Odisea, y que nos lleva al convencimiento de que todos tenemos nuestra Ítaca.



viernes, 11 de mayo de 2012

Turquia (2): Uçagiz, Simena y Kekova

Viajar por la costa licia me ha permitido descubrir rincones maravillosos que sospechaba que ya no existían en el Mediterráneo. El pueblecito de Uçagiz, lleno de barcos con la bandera turca, es uno de ellos. Allí hay unas cuantas pensiones donde instalarse y otros tantos bares y restaurantes, con terrazas al sol, donde se puede comer y beber bien mientras se observa (sin prisas, por supuesto) como va pasando el tiempo.


Desde Uçagiz merece la pena hacerse a la mar para dirigirse hasta el cercano pueblo de Simena, una especie de Cadaqués que parece vivir al margen del tiempo bajo la sombra de una antigua e impresionante fortaleza. En Simena, donde viven tan solo unos cuantos privilegiados, es evidente que la vida parece mucho más fácil.


Y, enfrente de Simena, la isla de Kekova muestra, además de su inigualable belleza mediterránea, la placidez de un lugar desierto en el que pastan las cabras entre los restos de Dolikisthe, una antigua ciudad destruida por un terremoto en el siglo II d. C.  Buena parte de esta ciudad perdida permanece ahora bajo las aguas, lo que le da una dimensión todavía más mágica y mítica.


De regreso a Uçagiz se impone de nuevo la calma, un reposo que parece garantizado en este mes de mayo, antes de la irrupción del turismo de masas, que se espera para los meses de julio y agosto. Incluso el aire parece calmado en primavera en este pueblecito encantador dominado por el minarete de la mezquita.


Y es aquí, en Uçagiz, donde termina por hoy mi periplo por un maravilloso mar lleno de rincones mágicos que no dejan de sorprenderme en este viaje por una costa licia preñada de paisajes bellísimos, buenas gentes y mucha historia.
          Continuará, por supuesto...

martes, 8 de mayo de 2012

Turquia (1): Maravillas de la costa licia


Estamos en mayo, pero por el calor se diría que es julio o agosto. Luce un sol de verano y las maravillas de la costa licia, en Turquía, van desfilando cada día como si fuera un juego de constante superación. Ya llevo unos días embelesado con esta costa que cada hora que pasa consigue asombrarme aún más. Ayer fue la ciudad romana de Phaselis, situado en una pequeña península, con tres bellísimos puertos naturales, sin edificios modernos y con los 2.365 metros del monte Tahtalis presidiendo el paisaje. Impresionante, de verdad. La via romana, el teatro, el muelle... Piedras históricas junto a una playa de ensueño.



            Unas horas después fue el momento de las tumbas excavadas en la roca de Myra, otro must de esta sorprendente costa que nos remonta a muchos siglos atrás. Sensación de que el tiempo se detiene y la roca se vuelve porosa, sensible a la historia y al arte. Hay algunos turistas rusos que van con bañador y chanclas. De la playa a la inmersión en la historia hay tan sólo unos pasos.


            Alejandro el Magno pasó por aquí en el siglo IV a. de C., camino de Asia, y aún se nota su huella en el paisaje. Hititas, licios, griegos, romanos, bizantinos, turcos, otomanos han ido pasando por aquí… Lo mejor que tiene esta costa es que permite tanto gozar del Mediterráneo (Akdeniz, el “Mar Blanco” para los turcos) como para sentir el vértigo y la belleza de la historia.
            Y el viaje continúa...


martes, 1 de mayo de 2012

Uzbekistán (y 15): Adiós en Tashkent


No fue fácil regresar a Tashkent desde el valle de Fergana. Empezó a nevar a primera hora y no dejó de hacerlo durante todo el día. En Kokand, la visita bajo la nieve del gran palacio del khan y de los mausoleos de la Necrópolis tuvo algo de fantasmagórico. Circulaban pocos coches y la gente caminaba acurrucada, con prisa por llegar a casa.
            Hacia las 3 de la tarde iniciamos el regreso a Tashkent y, antes del ascenso al paso de Kimchat, cumplimos con el ritual de comprar varias hogazas en los tenderetes junto a la carretera. De nuevo el arte hecho pan: una maravilla


A medida que subíamos, la nevada se hacía más intensa. Viajábamos encogidos en el taxi, en silencio, mientras veíamos los problemas que tenían los camiones para circular. La maldita nieve lo complicaba todo. Algunos coches se quedaron tirados en el asfalto y otros se salieron para empotrarse en la nieve. Avanzábamos lentamente y el taxista conducía tenso, erguido en el asiento.
            Conseguimos, a pesar de todo, llegar hasta la cima, donde se habían acumulado un par de palmos de nieve. En la bajada continuaba nevando, pero el peligro parecía superado. Sin embargo, cerca de Tashkent, cuando el taxista se detuvo en un semáforo, llegó lo peor. El coche que nos seguía no se percató de la luz roja y nos dio por detrás. Hubo estrépito, gritos, papeles, burocracia, más gritos… “Mira que pararse en un semáforo…”, protestaba el conductor del segundo coche. “Con esta nevada lo último que hay que hacer es detenerse”.


            Lo más cómico fue que Mashenka, que dormía a mi lado, se despertó preguntando si era la “wake up call”. Glups! ¿Cómo deben de ser los despertadores en Uzbekistán para que se confundiera?
             A las 8 llegamos por fin a Tashkent. Nos instalamos en el hotel y salimos para una última cena en la que corrió el vodka y en la que menudearon los brindis y las promesas de volver a juntarnos algún día. Fuera, en la calle, seguía nevando. Lo único que recuerdo del restaurante son unas columnas curvas rebozadas con pedacitos de espejo, en plan Gaudí, y la extraña costumbre de bailar entre plato y plato, como para abrir el hambre.


            Al día siguiente, de madrugada, me levanté temprano. Había dejado de nevar y Tashkent, de blanco, hasta me pareció bonito. Un taxi me dejó en el aeropuerto. Subí al avión como un zombie, mientras me concienciaba de las muchas horas de vuelo que me quedaban hasta Barcelona. A los pocos minutos del despegue me dormí pensando que Uzbekistán me dejaba un buen recuerdo. Había conocido un hermoso país incrustado en un curioso grupo. No podía negar que los ucranios y los rusos habían sido una compañía original, con mucho vodka y muchas risas. Y además, qué caramba, hasta había aprendido algo de ruso. Dasch vidania, Uzbekistan!