miércoles, 17 de septiembre de 2014

De "road movie" por Namibia



Namibia es el escenario ideal para una road movie. Y es que en este enorme país (825.000 kilómetros cuadrados, casi el doble que España) viven sólo dos millones de personas. Los desiertos del Kalahari y del Namib tienen la culpa del despoblamiento. No obstante, no creo que haya país africano con mejores carreteras que Namibia. Puedo comprobarlo en el viaje de más de mil kilómetros que me lleva de Etosha a Lüderitz; las rectas infinitas y una soledad atávica me acompañan, aunque nunca falta la mínima sombra de unos Picnic Places que denotan el optimismo del gobierno.
Otra distracción de la carretera la ofrece el cruce de la línea imaginaria del Trópico de Capricornio, o las señales que advierten del peligro de animales. La más habitual es la del jabalí africano, pero también se ven  las de los babuinos y ardillas o, más al norte, la de los elefantes. 
Cuando la señal advierte del peligro de elefantes advierto que todos los conductores disminuyen la velocidad. Es un acto reflejo. No suelen hacerlo con los avisos de ardillas y jabalíes, pero es comprensible: sólo imaginar un choque con un elefante saltan todas las alarmas. No sé, quizás no sería mala idea incorporarlo a las carreteras europeas…

lunes, 15 de septiembre de 2014

Al volante por el Jardín del Edén



Lo bueno del Parque Nacional de Etosha, igual que sucede en el Kruger, en Sudáfrica, es que puedes entrar al volante de tu propio coche (en mi caso un Toyota Corolla alquilado; si siquiera un 4x4) para ir a la caza y captura (fotográfica, por supuesto) de la fauna salvaje. La contemplación de elefantes, leones, jirafas, rinocerontes, guepardos, cebras, avestruces, ñus y miles de gacelas te hace sentir como si estuvieras conduciendo por el mismísimo Jardín del Edén. Ya lo decía Alberto Moravia: “África, en algunos momentos, te ofrece la posibilidad de echar un vistazo a la prehistoria”.
En el parque de Etosha, en Namibia, es una ventaja proveerse del mapa de waterholes que venden en la entrada. Sabes que es en estas grandes charcas, bien al amanecer o al atardecer, adonde acuden todo tipo de animales. La paciencia es la mejor arma. Hay que permanecer agazapado, con la cámara a punto, hasta que aparecen un elefante y un rino que se observan como si estuvieran protagonizando una película del Oeste, como si pensaran que aquí sobra uno de los dos. Hasta que los dos se dan cuenta que hay suficiente agua para todos.
 Aparte de los big five, confieso que las jirafas son los animales que me tienen robado el corazón. Disfruto contemplando su caminar elegante, viendo como doblan el largo cuello para comer las hojas de la copa de un árbol o como arman una sutil coreografía, a cámara lenta, para acercarse a la charca donde están bebiendo los elefantes. Sólo por asistir a este grandioso espectáculo merece la pena viajar a África.

jueves, 11 de septiembre de 2014

La Costa de los Esqueletos de Namibia



Cambio de continente: regreso a mi querida África. Un largo viaje en avión, con varias escalas en las que el tiempo se diluye, me deja en Windhoek, la capital de Namibia, desde donde viajo en coche hasta Swakopmund. Llego de noche, pero con la mente suficientemente abierta para ver que Namibia es un país que funciona con eficacia alemana. Es una África distinta, pero es, al fin y al cabo, África. Al día siguiente, la visión de las dunas en la carretera de Walvis Bay me lo confirma, y aún más el largo viaje hacia el norte.
 Desde que vi el nombre en el mapa tuve claro que quería ir a la Costa de los Esqueletos. El camino hacia el norte desde Swakopmund avanza hacia la desolación, con el desierto a un lado y el mar bravío al otro. Apenas si hay pueblos y me cruzo con muy pocos coches. Es un avanzar hacia lo inhóspito, hacia el no man’s land, quizás hacia la nada, pero siempre me han atraído los lugares límite.
Costa de los esqueletos... Así la llamaron los navegantes portugueses por sus corrientes traidoras, sus densas nieblas y el desierto que acogía a los náufragos. No había esperanza. Hoy todavía lo atestiguan los restos de los restos de barcos que jalonan esta costa, como el Zeila, un pesquero que embarrancó cerca de Henties Bay y que es ahora uno de los objetivos preferidos de los viajeros para ilustrar el dramatismo de esta Costa de los Esqueletos.