domingo, 29 de junio de 2014

Destino, Camboya



Para volar a Camboya hay que pasar primero por el aeropuerto de Bangkok. Son más de diez horas desde Madrid, pero ya se sabe que lo bueno se hace esperar. Una vez en la capital de Tailandia, con los sentidos medio dormidos y los ojos medio cerrados por culpa del jet lag, toca cambiar de ventanilla, pasar controles policiales como un zombie y subirse a un avión de Bangkok Airways, la compañía boutique que en sólo una hora te lleva al aeropuerto de Siem Reap, la ciudad adosada a los maravillosos templos de Angkor, una de las maravillas de Asia. 
A bordo, la vida es fácil, con azafatas sonrientes, arrozales en la ventanilla y Camboya cada vez más cerca. Sólo rellenar el formulario de entrada se me ilumina la mirada. “Cambodia, Kingdom of Wonder”, dice la tarjeta, con la silueta de Angkor Wat presidiendo. ¡Uau, ya me estoy camboyando encima”. 
La última vez que estuve en Siem Reap, con la mochila a la espalda y presupuesto low cost, tardé diez horas en autobús desde Bangkok. Fue un viaje largo, pesado e incómodo que parecía que no iba a terminar nunca. Hoy, afortunadamente, todo va mejor, más fluido. Sí, ya sé que un autobús renqueante da más sensación de viaje, pero el avión acorta distancias, algo que se agradece cuando ya llevas una eternidad en avión y no sabes ni que día es hoy.

miércoles, 18 de junio de 2014

Viaje frustrado... a Iraq

Cuando se cae un viaje previsto desde hace semanas, o quizás meses, no puedo evitar que me invada la frustración y la rabia, y hasta un cabreo sin fin. Confieso, sin embargo, que en esta ocasión he sentido más bien alivio, quizás porque el destino era nada menos que... Iraq!. Tenía previsto viajar allí este martes. No fue fácil obtener el visado, pero me lo dieron por fin hace pocos días.
Con el visado estampado en el pasaporte, parecía que lo más difícil ya estaba hecho, pero empezaron a llegar malas noticias de Iraq: el rápido avance de los yihadistas sunitas, escenas de guerra y crueldad, la escasa reacción de un Gobierno en crisis, un ejército en desbandada... El viaje, sin embargo, se mantuvo, por lo menos hasta unas horas antes de volar allí. 
     A última hora llegó la cancelación: dado que los controles de carretera ya no estaban en manos de la policía, si no de civiles armados, nadie podía garantizarnos la seguridad. Así, pues: se suspende el viaje hasta que vengan tiempos más propicios. Queda, como decía, una sensación de alivio... pero no ceso de repetirme una pregunta: "¿Qué hubiera pasado si...?". Y es que los viajes que no se concretan siempre dejan muchas incógnitas en el aire. Espero, en cualquier caso, que la guerra cese pronto y que Iraq pueda crecer en paz, sin guerras, sin fanatismos y sin crueldades.

viernes, 13 de junio de 2014

De "trekking" por la isla de Mykines



De las dieciocho islas que componen el archipiélago de las Feroe, Mykines tiene fama de ser la más bonita. Y con razón. Sólo tiene diez kilómetros cuadrados y un único pueblo en el que viven catorce habitantes, pero la naturaleza es su fuerte. Por algo Mykines es el paraíso de los ornitólogos. Llegamos en barco desde el pueblo de Sorvagur, en una travesía de cuarenta minutos. Mientras permanecemos en el fiordo, el mar está tranquilo, pero una vez fuera las olas empiezan a mostrar su poderío.
El puerto es casi la única infraestructura de la isla. Está en un lugar resguardado, pero para llegar al pueblo hay que subir unas escaleras empinadas que indican que la vida aquí no es fácil. En los últimos años, los nacidos en Mykines han emigrado a otras islas; en el pequeño pueblo quedan unas cuantas casas y un par de albergues para montañeros. 
El camino hasta el faro es ruta obligada en Mykines. Como en muchos otros casos, lo importante no es llegar, si no disfrutar de las bellas vistas y de los acantilados llenos de aves chillonas, entre las que destacan los frailecillos. Unos cuantos corderos, focas que descansan en los islotes y miles y miles de aves permiten gozar de esta isla única. El regreso, en helicóptero, permite disfrutar de la visión aérea de esta pequeña gran isla.

viernes, 6 de junio de 2014

Gjógv, un pueblo que parece dibujado



En las islas Feroe, a la que sales de la capital, Tórshavn, te das cuenta de que lo que más abunda son los pueblos pequeños, encerrados en sí mismos y abrumados por una naturaleza apabullante. Gjógv, en la isla de Eysturoy, es uno de ellos. Viven en él unas cincuenta personas y se caracteriza por un corte en la costa que da nombre al pueblo y unas casas de colores bien cuidadas que atraen a muchos pintores.
En Gjógv hay un hotel que merece la pena, la Guesthouse Gjáargar. En la parte nueva las habitaciones son convencionales, amplias y bien dispuestas, mientras que en la antigua tienen unos lechos vikingos que se encajan en una especie de armario, bajo el voladizo del tejado, y de amplios espacios comunitarios. 
Se está bien en Gjógv, caminando por el acantilado, viendo como las olas baten la playa o, simplemente, mirando desde la habitación como cae la lluvia sobre un paisaje y unas casas de cuento.