martes, 30 de diciembre de 2014

Un lugar mágico llamado Sangri-la



Asociamos Shangri-la con la utopía, con un mundo aparte en el que la felicidad está al alcance, pero el nombre de Shanrgi-la fue usurpado hace años por una cadena hotelera que pretendió asociarlo al lujo oriental. No nos engañemos: felicidad y lujo son cosas muy diferentes.
Llego a Shangri-la, en la provincia de Yunnan, no muy lejos del Tíbet, sabiendo que hay algo de trampa en este lugar. Fue el novelista británico James Hilton quien en 1933, en la novela Horizontes perdidos, escribió por primera vez el nombre de Shangri-la. Era un valle secreto, cerca del Himalaya, en el que había un monasterio en el que la gente vivía más de doscientos años en estado de felicidad. Vino después, en 1937, la película de Frank Capra, que acrecentó el mito de Shangri-la. 
Los chinos, que son unos linces, decidieron hace unos años aprovechar el tirón del mito y, aprovechando una simple hipótesis, le pusieron a una ciudad que hasta entonces se llamaba Zhongdian el nombre de Shangri-la. Construyeron carreteras y con el nuevo nombre consiguieron atraer al turismo internacional. Hace un año, sin embargo, la parte vieja de Shangri-la se quemó. Shangri-la ya no es lo que era, aunque quedan todavía algunas calles con encanto, el bello monasterio budista de Songzanlin, la montaña del Dragón de Jade, los apacibles yaks del valle de Napa y el molino de oración más grande del mundo, en el Templo Dorado. A pesar de todo, merece la pena viajar a Shangri-la, un lugar bendecido por la magia de un nombre utópico.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Lijiang, una ciudad de cuento



Vista desde las alturas, Lijiang parece una ciudad de cuento. Los tejados grises y uniformes de sus bellas casas de piedra, con las altas montañas al fondo, le otorgan una consistencia etérea, como si hubiera surgido de un sueño. Cuando desciendes a la ciudad, al atardecer, esperas que el sueño se prolongue, pero no tarda en convertirse en una especie de pesadilla. Lijiang, una de las ciudades más bien conservadas de la provincia de Yunnan, con sus calles empedradas sin coches y sus más de trescientos puentes de piedra, ha sido tomada por masas turísticas que la han convertido en un parque temático. Me cuentan que la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1997, pero en vista de los desastre del turismo, se está planteando retirarle el honor. No me extraña.
Con Lijiang sucede en buena parte lo que escribió Paul Theroux: “Cuando un lugar adquiere fama de paraíso, sé que no tardará en convertirse en un infierno”. Las casas y tiendas tradicionales se Lijiang se han convertido en tiendas dedicadas a los numerosos turistas; y las antiguas casas que se asoman a los canales han sido invadidas por una música estridente que invade toda la ciudad. Es una pena, pero la ciudad de los sueños no tarda en agobiar al viajero. 
Cuando nace el día, cuando la fiebre consumista aún no se ha apoderado de Lijiang, es un buen momento para hacer las paces con la ciudad. Las calles están vacías y las tiendas cerradas, y el agua de los canales contribuye a pregonar la calma. En la plaza bailan unos viejos naxi, la etnia local, y el mercado vibra con productos exóticos. Un poco más allá, en el Jade Spring Park, el murmullo de las fuentes, el agua reposada y los templos contribuyen a recuperar la calma y a hacer las paces con Linjiang, una ciudad que Peter Goullart describió hace años en Forgotten Kingdom, un libro delicioso que nos devuelve a un pasado en el que todavía no existía el llamado turismo de masas.

domingo, 14 de diciembre de 2014

El Salto del Tigre



Los chinos no se andan con rodeos: si un lugar merece el nombre de Garganta del Salto del Tigre hay que poner la estatua de un tigre en algún lugar. Hay una, por tanto, a la entrada de la gran atracción de la provincia de Yunnan, calificada AAAA según el criterio oficial. Aunque le falte una A para alcanzar la perfección turística, cada año acuden a esta impresionante garganta millones de turistas.
A lo largo de quince kilómetros, el río Yangtsé se abre paso entre dos altos acantilados, con picos de más de cinco mil metros en la cercanía. El agua truena y bulle, amenazante, mientras los chinos se hacen fotos con posturas de foto. Cuenta la leyenda que un tigre logró huir de un cazador saltando el río por su parte más estrecha. De ahí el nombre y de ahí la estatua del tigre que hay en lo más alto, y la que hay en la orilla.
En medio, turistas y más turistas, sobre todo chinos, que bajan y suben las empinadas escaleras. El lugar impresiona, y también la gran Montaña del Dragón de Jade que domina esta parte de China. La grandeza del paisaje de Yunnan se diploma en esta garganta apadrinada por un tigre saltarín.

domingo, 7 de diciembre de 2014

El puente, la plaza, el mercado y la calma de Shaxi



A la entrada de Shaxi hay un monumento con caballos y arrieros que recuerdan que la riqueza de la población viene de la antigua Ruta del Te, que unía Yunnan con el Tíbet, por caminos de herradura, para comerciar con el famoso te que se cultiva en esta región. Alrededor de Shaxi, sin embargo, no hay campos de te; sólo un precioso valle lleno de arrozales y un río de aguas tranquilas. En el río hay un bello puente que se diría que está para inspirar a pintores paisajistas. Constable, por ejemplo.
 Shaxi es una población preciosa, aunque la nueva autopista hace que cada día reciba más turistas. Tiene una hermosa plaza con un viejo teatro, casas bajas tradicionales que albergan agradables pensiones, callejones escoltados por canales de riego y un gran mercado, los viernes, en el que los campesinos de las montañas, ataviados con ropas de colores vivos, venden verduras, frutas, setas, fideos, tofu, especias y lo que haga falta.
Cuando uno se cansa del mercado, puede perderse por unos callejones que respiran una calma de otro tiempo. No sé por qué, pero mientras paseo por Shaxi me acuerdo, por contraste, en las multitudes de Hong Kong o Shanghai. Nada que ver, por supuesto. Aquí reina una calma de otros siglos, una calma que, vistos los tiempos que corren, vale su peso en oro. Quizás por eso muy cerca de Shaxi se encuentra un lugar ideal para la meditación, Shibao Shan, una montaña en la que los templos budistas se funden con la naturaleza.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Excelencia de la comida en Dali (Yunnan)



La ciudad de Dali, situada a unos 300 kilómetros de Kunming, la capital de Yunnan, es una meca turística desde hace años. Los viajeros independientes solían ir allí, con la mochila a la espalda, en busca de lo auténtico, pero en los últimos años el turismo ha aumentado a niveles increíbles. Sea como sea, a pesar de las multitudes, Dali sigue siendo una ciudad bonita, con hoteles con encanto (como el Fairlyland), ambiente tranquilo, un mercado lleno de colorido y restaurantes que muestran en la calle la excelencia de sus productos. Nota: en Yunnan se come de maravilla.
Aviso: hay dos Dalis, la nueva y la antigua. La antigua data de la dinastía Qing, del siglo XVII, y tiene calles empedradas con preciosas casas bajas. La nueva es una acumulación de edificios clónicos modernos, con unos cuantos rascacielos y hasta una reproducción de la torre Eiffel. Hay que evitar la última, por supuesto. 
La ubicación de Dali es ideal: al pie de los montes Cangshan, de más de 3.000 metros, y cerca del lago Erhai. El agua que baja de las montañas se canaliza por el centro, lo que le añade un encanto suplementario. En Dali, por cierto, domina la minoría bai y, en las afueras, las tres pagodas concentran multitudes turísticas, aunque yo prefiero pasear por las tranquilas calles de Dali, incluso cuando llueve.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Te y caligrafía



Hay dos cosas en las que la provincia china de Yunnan roza la excelencia: el te y la caligrafía. El mejor te es el de pu’er, de color negro y fermentado. Suele venderse compactado en grandes discos que se acumulan en tiendas tan selectas que a veces se confunden con joyerías. 
En cuanto a la caligrafía, es un hecho que ser calígrafo en China es gozar de un estatus muy especial. No se trata sólo de escribir, si no de trazar los caracteres con arte. Cuando ves un maestro en acción, como es el caso de He Wenhua, compruebas que de la escritura a lo sublime hay un trecho muy corto. 
He Wenhua, nacido en 1934 y distinguido con muchos honores, mueve el pincel mojado en tinta negra con una agilidad de genio de la pintura. En unos minutos puede hacer un gran cartel en el que, diga lo que diga, la poesía salta a la vista. Sólo por ver cómo escribe merece la pena haber ido a Jianshui.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Una boda y cuatro funerales... en China



En los viajes el azar también juega. Sucedió, por ejemplo, en el pueblo de Tuanshan, donde coincidí con una boda. El pueblo, muy bien conservado, es ya de por sí una maravilla, pero me sorprendía ver las calles tan vacías. Cuando llegué al lugar dónde se celebraba la boda, supe a qué se debía: todo el mundo estaba allí, comiendo y bebiendo, celebrando el enlace de una joven pareja.
Tuanshan tiene la particularidad de que está habitada desde el siglo XIV, casi en su totalidad, por una única familia, los Zhang. Son cosas que suceden en la China. Todos están emparentados, por lo que en la boda hay que invitar a todo el pueblo. 
Los azares del viaje quisieron que en otro bello pueblo de la provincia de Yunnan, Weishan, me encontrara nada menos que con cuatro funerales. Fue como en la famosa película, pero al revés: en vez de Cuatro bodas y un funeral, Cuatro funerales y una boda. Lo que más me sorprendió de los funerales fue la belleza de las coronas de flores y que casi todos los asistentes a la comitiva regalaban lo mismo a la familia del difunto: una manta de abrigo bien envuelta en su funda de plástico. En fin, cosas de la China.

sábado, 15 de noviembre de 2014

El bellísimo Puente de los Dos Dragones



Dos ríos se cruzan cerca de la ciudad china de Jianshui, zigzagueando como lo harían dos dragones inquietos. Justo allí se levanta un maravilloso puente que recibe el poético nombre de Puente de los Dos Dragones. Al atardecer, cuando lo envuelve la luz cálida, su belleza resulta hipnotizante.
Cuando se construyó el puente en el siglo XVIII, durante la dinastía Qing, sólo tenía tres arcos, pero se fue ampliando con los años hasta alcanzar los 148 metros de largo y los diecisiete arcos que tiene hoy.  
En Jianshui, la espaciosa y armónica casa de la familia Zhu se ofrecen como contrapunto del bello puente. Para rematar el día, nada mejor que comer los fideos locales, que reciben el nombre de fideos al otro lado del puente. Cuentan que una mujer los preparaba para su marido, que estudiaba al otro lado del puente. Para que no se enfriaran, llevaba el caldo en un termo y los ingredientes aparte. Al cruzar el puente, echaba los ingredientes al caldo y así la sopa llegaba caliente al marido. La receta es sencilla, pero deliciosa.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Las "discretas" pipas de Yunnan



Es imposible que la dimensión de las pipas de Yunnan pase desapercibida. Cuando las ves, te asombran tanto la longitud, que puede variar del medio metro al metro, como el diámetro, de entre diez y veinte centímetros. Sus propietarios suelen fumarlas agachados, muy concentrados, mientras borbotea el agua en el interior del largo tubo.
Paseando por Jianshui, una de las bellas ciudades de Yunnan, es fácil encontrarse con orgullosos propietarios de pipas que las exhiben como si fueran tótems. En una tienda cercana a la antigua puerta de la ciudad, los distintos modelos de pipa se alinean mostrando las múltiples posibilidades del artefacto. 
Dicen en la provincia de Yunnan que el largo tubo purifica el humo y contribuye a eliminar los elementos cancerígenos del tabaco. Si esto último es cierto, ya nos podemos ir preparando para una invasión de estas discretas pipas por aquí.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Desde las terrazas de arroz de Yuanyang



En los viajes largos se producen a veces momentos de epifanía. Son instantes de iluminación en los que descubres que el mundo es mucho más bello de lo que recordabas. Tras un largo viaje que me lleva a la ciudad china de Kunming, en la lejana provincia de Yunnan, y unas cuantas horas de carretera, contemplo extasiado las terrazas de arroz, inundadas de agua, de las montañas de Yuanyang. Todo está en su sitio: se diría que las montañas están hechas de agua, que han sido domesticadas, y que las curvas de las terrazas encajan con las curvas de nivel para levantar una gran maqueta de corcho en la que nada está fuera de lugar.
Los reflejos del agua se acentúan al amanecer, cuando el primer sol arranca destellos y colores insospechados. Estoy en el pueblo de Duoyishu, en la guesthouse de Jacky, desde cuya terraza se disfrutan unas vistas que parecen de otro mundo. El preciso dibujo de las terrazas, los tallos de arroz, el espejo del agua. Todo parece sumar para revestir el paisaje de una belleza sublime. 
A no mucha distancia se encuentra la frontera de Vietnam, con las terrazas de arroz de Sapa. Las admiré hace unos años hasta llegar a la emoción. Ahora, en Yuanyang, tengo la sensación de que este nuevo viaje enlaza con el viaje a Vietnam del pasado y, de hecho, con todos los viajes en los que he sentido que estalla la gran belleza del mundo.


jueves, 23 de octubre de 2014

En Bangkok, camino de Yunnan



De camino a Yunnan, una provincia china que hace tiempo que tenía en mente, paro en Bangkok. Es sólo una noche y medio día, suficiente para certificar una vez más que la capital tailandesa siempre consigue sorprender. En esta ocasión me instalo en el Anantara Sathorn, un hotel bien situado y bien equipado, en pleno centro, con espectaculares vistas sobre los rascacielos.
Desde el restaurante Zoom, situado en la planta 38, puedo comprobar hasta que punto Bangkok es una ciudad vibrante en la que cada segundo pasan un millón de cosas, con muchos lugares especiales para cenar o tomar unas copas.
De paseo por el centro, junto a los grandes almacenes MBK, me encuentro con una feria callejera de tatuadotes. Allí está la versión thai de los Ángeles del Infierno, unos tatuadores que se hacen llamar Fucking Friends y mucha gente que viste de negro y sonríe. Es otro Bangkok, otro de los muchos Bangkoks que se superponen en esta ciudad que nunca duerme.

lunes, 20 de octubre de 2014

Mercados beduinos, fortalezas y "uedis"



Un viaje por Omán ofrece, además de la posibilidad de atravesar el desierto y de bañarse en el Índico, la visión de unas fortalezas impresionantes, de mercados beduinos en los que el tráfico de camellos es una constante y, de vez en cuando, la tentación de adentrarse en un río, un uedi, en el que el frescor del agua resulta siempre una bendición. Si tienes la suerte de encontrar un mercado como el de Sinaw, que se celebra los viernes, la fiesta es absoluta, ya que a los rostros bíblicos de los beduinos se suman las máscaras de distintos estilos de las mujeres.
El mercado transmite una sensación de autenticidad difícil de superar. La venta de camellos y cabras se mantiene, y también la de armas, que suelen ofrecer vendedores de ropaje blanco, alfanje en el cinto y bastón de mando en la mano. 
Un baño en un uedi, cuando el calor aprieta, sirve para recargar las baterías para visitar una fortaleza como la de Bahla, impresionante junto al oasis y al pie de las montañas. Y es que Omán da para mucho.

 

sábado, 18 de octubre de 2014

El Omán de los árabes del mar



¿Dónde han ido a parar los míticos “dhows” de Omán. Pues a los museos. Cuando hablo de “dhows” me refiero a aquellos hermosos barcos equipados con un mástil y vela triangular que navegaron en el pasado por el océano Índico para llegar, con el viento a favor de los monzones, a las costas de la India, Kenya y Zanzíbar. Todavía hoy, en Zanzíbar y Lamu, los he visto navegar con elegancia, pero no aquí, en Omán. En la ciudad de Sur siguen construyéndolos como antes; bueno, no exactamente como antes, ya que el mástil y la vela han desaparecido.
Sur es una hermosa ciudad abierta al mar, con unos astilleros antiguos donde aún hoy los artesanos trabajan la madera con tesón para construir los “dhows”. Los tiempos modernos, sin embargo, les han hecho prescindir de la vela. No es extraño en un país en el que la gasolina va a 0,20 euros el litro, pero con su desaparición se ha perdido belleza y romanticismo. Hay que acudir al museo de Sur para ver un “dhow” como los de antes, con mástil, pero varado en el cemento. 
Jordi Esteva, en su libro Los árabes del mar, nos habló de aquellos viejos navegantes, émulos de Simbad, que desafiaban el peligro del Índico. Por desgracia, en Omán hoy ya sólo sobreviven en los libros. Es una lástima, pero la riqueza del petróleo y del gas ha acabado por anular aquellos míticos veleros.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La magia del desierto de Omán



Y de repente: Omán. Unos cuantos aviones y aeropuertos y el paisaje cambia por completo. Lo único que persiste es el desierto, aunque del Namib paso al desierto de Arabia. Había estado antes en Dubai y Qatar, pero me habían parecido países de nuevos ricos hechos para deslumbrar al visitante. Omán es otra cosa. En este sultanato, a orillas del Índico, conviven la capital, Muskat, encajonada entre el mar y las montañas, y un desierto que enamoró a Thesiger.
En el desierto todavía es posible ver la vida beduina, los camellos, el mar inacabable de dunas, la noche estrellada… Me gusta Omán y me gusta la sensación de desierto. 
La capital, Muscat, es otra cosa. El zoco, el yate del sultán dominando el puerto, el mercado del pescado, casas que recuerdan las de Zanzíbar, el calor agobiante, la dificultad de encontrar una cerveza fría... Cuando al fin dimos con un bar donde vendían alcohol, no todo fueron maravillas. El gin tónic que pedimos se transformó, a causa de la escasez, en un ron con Pepsi. No quedaba hielo. ni ginebra, ni tónica. Pero, bueno, con un poco de imaginación tenía algo de gin tónic made in Omán.

viernes, 10 de octubre de 2014

Desde un lugar llamado Solitaire



Me gusta Solitaire, un lugar perdido en el desierto del Namib en el que se amontonan viejos coches desvencijados e historias de soledad. Es, de hecho, poco más que una gasolinera, una tienda, una oficina de correos y un motel adosado. Es también un lugar de encuentro al que dan vida los granjeros de los alrededores, que acuden a Solitaire en busca de un último trago.
Dicen que le pusieron el nombre de Solitaire por la obvia soledad del lugar y por el nombre que reciben los anillos con un único diamante. A la entrada, un cartel indica “Welcome to Solitaire”, con el número de habitantes escrito con tiza: un 31 tachado, un 42 tachado y un 92 sin tachar. Me parecen muchos para tan poco lugar.
Mientras me tomo una cerveza fría en el bar, me comenta la camarera que el alma del lugar, Moose McGregor, murió el pasado mes de enero. “Hacía un pastel de manzana estupendo”, suspira. “Todavía lo vendemos en la Bakery”. Al rato llega un granjero, pide un whisky con hielo y vacía el vaso de un trago. Mientras le veo alejarse con modales de cowboy pienso que Solitaire es un buen lugar para decir adiós.
Hasta pronto, Namibia.

lunes, 6 de octubre de 2014

La duna 45 del Namib



Hay una duna en el desierto del Namib, cerca de Sesriem, que mide más de cien metros de altura y recibe el nombre de 45. Alguien podría pensar que Namibia es un país tan ordenado, tan alemán, que hasta enumeran las dunas. No, no es eso. Lo que pasa es que la duna en cuestión se encuentra en el kilómetro 45 del parque de Sossusvlei.
Resulta curioso que para acceder a la región de Sossusvlei tienes que conducir por cientos de kilómetros de pistas de grava. Y tragar mucho polvo, claro. Una vez en Sesriem, sin embargo, después de pagar la entrada al parque nacional (unos 6 euros por persona), se produce el milagro: la carretera es asfaltada y puedes circular sin polvo hasta la duna 45 o hasta el punto de partida para ir a Sossusvlei (a unos 60 kilómetros). 
Son muchos los que se animan a subir a la 45, desde hay unas vistas estupendas del mar de arena, pero merece la pena llegar hasta el final del asfalto para caminar hasta Sossusvlei, la laguna muerta que aparece entre las dunas como un paisaje apocalíptico, como un punto final.

viernes, 3 de octubre de 2014

La ciudad invadida por la arena del desierto



En Namibia, cerca de la ciudad de Lüderitz, hay una ghost town fascinante llamada Kolmanskup. Fue, hace un centenar de años, una ciudad marcada por la fiebre de los diamantes. Muchos alemanes acudieron a este lugar, junto al desierto, en busca de fortuna. Encontraron diamantes y levantaron casas de estilo alemán, un casino, una fábrica de hielo y hasta un hospital. Hoy, sin embargo, sólo queda desolación, con las casas invadidas por la arena.
La fortuna pasó de largo en Kolmanskup. Se encontraron diamantes más al sur y la gente se marchó siguiendo el rastro de la fortuna. 
La arena del desierto se adueñó de las ricas casas de Kolmanskup y le otorgó a la antaño floreciente ciudad una pátina de riqueza perdida, de ciudad fantasmal que, con el tiempo, ha alcanzado unos altos niveles de belleza.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

De "road movie" por Namibia



Namibia es el escenario ideal para una road movie. Y es que en este enorme país (825.000 kilómetros cuadrados, casi el doble que España) viven sólo dos millones de personas. Los desiertos del Kalahari y del Namib tienen la culpa del despoblamiento. No obstante, no creo que haya país africano con mejores carreteras que Namibia. Puedo comprobarlo en el viaje de más de mil kilómetros que me lleva de Etosha a Lüderitz; las rectas infinitas y una soledad atávica me acompañan, aunque nunca falta la mínima sombra de unos Picnic Places que denotan el optimismo del gobierno.
Otra distracción de la carretera la ofrece el cruce de la línea imaginaria del Trópico de Capricornio, o las señales que advierten del peligro de animales. La más habitual es la del jabalí africano, pero también se ven  las de los babuinos y ardillas o, más al norte, la de los elefantes. 
Cuando la señal advierte del peligro de elefantes advierto que todos los conductores disminuyen la velocidad. Es un acto reflejo. No suelen hacerlo con los avisos de ardillas y jabalíes, pero es comprensible: sólo imaginar un choque con un elefante saltan todas las alarmas. No sé, quizás no sería mala idea incorporarlo a las carreteras europeas…

lunes, 15 de septiembre de 2014

Al volante por el Jardín del Edén



Lo bueno del Parque Nacional de Etosha, igual que sucede en el Kruger, en Sudáfrica, es que puedes entrar al volante de tu propio coche (en mi caso un Toyota Corolla alquilado; si siquiera un 4x4) para ir a la caza y captura (fotográfica, por supuesto) de la fauna salvaje. La contemplación de elefantes, leones, jirafas, rinocerontes, guepardos, cebras, avestruces, ñus y miles de gacelas te hace sentir como si estuvieras conduciendo por el mismísimo Jardín del Edén. Ya lo decía Alberto Moravia: “África, en algunos momentos, te ofrece la posibilidad de echar un vistazo a la prehistoria”.
En el parque de Etosha, en Namibia, es una ventaja proveerse del mapa de waterholes que venden en la entrada. Sabes que es en estas grandes charcas, bien al amanecer o al atardecer, adonde acuden todo tipo de animales. La paciencia es la mejor arma. Hay que permanecer agazapado, con la cámara a punto, hasta que aparecen un elefante y un rino que se observan como si estuvieran protagonizando una película del Oeste, como si pensaran que aquí sobra uno de los dos. Hasta que los dos se dan cuenta que hay suficiente agua para todos.
 Aparte de los big five, confieso que las jirafas son los animales que me tienen robado el corazón. Disfruto contemplando su caminar elegante, viendo como doblan el largo cuello para comer las hojas de la copa de un árbol o como arman una sutil coreografía, a cámara lenta, para acercarse a la charca donde están bebiendo los elefantes. Sólo por asistir a este grandioso espectáculo merece la pena viajar a África.

jueves, 11 de septiembre de 2014

La Costa de los Esqueletos de Namibia



Cambio de continente: regreso a mi querida África. Un largo viaje en avión, con varias escalas en las que el tiempo se diluye, me deja en Windhoek, la capital de Namibia, desde donde viajo en coche hasta Swakopmund. Llego de noche, pero con la mente suficientemente abierta para ver que Namibia es un país que funciona con eficacia alemana. Es una África distinta, pero es, al fin y al cabo, África. Al día siguiente, la visión de las dunas en la carretera de Walvis Bay me lo confirma, y aún más el largo viaje hacia el norte.
 Desde que vi el nombre en el mapa tuve claro que quería ir a la Costa de los Esqueletos. El camino hacia el norte desde Swakopmund avanza hacia la desolación, con el desierto a un lado y el mar bravío al otro. Apenas si hay pueblos y me cruzo con muy pocos coches. Es un avanzar hacia lo inhóspito, hacia el no man’s land, quizás hacia la nada, pero siempre me han atraído los lugares límite.
Costa de los esqueletos... Así la llamaron los navegantes portugueses por sus corrientes traidoras, sus densas nieblas y el desierto que acogía a los náufragos. No había esperanza. Hoy todavía lo atestiguan los restos de los restos de barcos que jalonan esta costa, como el Zeila, un pesquero que embarrancó cerca de Henties Bay y que es ahora uno de los objetivos preferidos de los viajeros para ilustrar el dramatismo de esta Costa de los Esqueletos.

domingo, 24 de agosto de 2014

Escapada a Estocolmo



De vez en cuando me escapó a Estocolmo, una de mis ciudades europeas preferidas. Me gusta Estocolmo desde mis años de estudiante, cuando fui allí a trabajar en lo que fuera para reunir dinero para pasar el invierno. Trabajé de lavaplatos en varios hoteles y envasando pepinillos compulsivamente en una granja próxima a la capital sueca. 
Tengo buenos recuerdos de aquel tiempo: luz del norte, amores de verano, amigos reunidos sobre la marcha, viajes en autostop… Será por eso que cada vez que viajo a Estocolmo me siento como en casa. Ahora ha vuelto a suceder: Estocolmo es de esas ciudades en las que no necesito mapas, por la que puedo vagar horas y horas sin miedo a perderme. 
De entre las novedades de este nuevo viaje a Estocolmo detecto el aumento del turismo y la fiebre del ABBA Museum. Se inauguró hace poco más de un año y ya se ha convertido en uno de los lugares más visitados de la capital sueca. Canciones como Mamma Mia!, Dancing Queen, Chiquitita, Waterloo, Fernando y muchas otras siguen teniendo gancho… Aunque yo prefiero mi Estocolmo de siempre, el de Gamla Stan, Sergels Torg, Sturegatan, el teatro Dramaten, los parques, el mar y el barrio bohemio de Södermalm.


domingo, 17 de agosto de 2014

Las mil islas de Tailandia



Hay muchas islas en Tailandia, casi tantas como puedas imaginar. Las hay de muy masificadas, pero con buenas playas, como Phuket; las hay muy seguidas, como Ko Samui, Ko Phangang y Ko Tao, que parecen vivir una gradación hacia el minimalismo; las hay poco frecuentadas, como las de Similan, y las hay de míticas, como la de Krabi y Phi Phi, que alcanzaron la gloria gracias a la película La playa. Cerca de la frontera con Camboya hay también unas cuantas islas que merece la pena visitar, como Ko Chang, nombre que significa la Isla del Elefante.
Ko Chang es la isla más grande de Tailandia después de las de Phuket y Ko Samui. Se caracteriza porque en ella domina una naturaleza exuberante y porque forma parte de un archipiélago de 52 islas, buena parte de las cuales están deshabitadas. Es un placer navegar por ellas e ir descubriendo playas desiertas y maravillosas, así como bucear en sus aguas para descubrir sus fondos de coral. 
 Al atardecer, el interés de Ko Chang se localiza en el puerto de pescadores de Bang Bao o en las playas de White Sand o Lonely Beach, donde los bares junto al mar tientan al viajero para admirar el cielo estrellado. Una cena en Khlong Prao Beach es un buen prólogo para profundizar en el conocimiento de una isla en la que el crespúsculo y las luciérnagas llenan la noche de encantadoras luces.Es, sin duda, un buen lugar para despedirse de Tailandia... hasta el próximo viaje.