jueves, 23 de octubre de 2014

En Bangkok, camino de Yunnan



De camino a Yunnan, una provincia china que hace tiempo que tenía en mente, paro en Bangkok. Es sólo una noche y medio día, suficiente para certificar una vez más que la capital tailandesa siempre consigue sorprender. En esta ocasión me instalo en el Anantara Sathorn, un hotel bien situado y bien equipado, en pleno centro, con espectaculares vistas sobre los rascacielos.
Desde el restaurante Zoom, situado en la planta 38, puedo comprobar hasta que punto Bangkok es una ciudad vibrante en la que cada segundo pasan un millón de cosas, con muchos lugares especiales para cenar o tomar unas copas.
De paseo por el centro, junto a los grandes almacenes MBK, me encuentro con una feria callejera de tatuadotes. Allí está la versión thai de los Ángeles del Infierno, unos tatuadores que se hacen llamar Fucking Friends y mucha gente que viste de negro y sonríe. Es otro Bangkok, otro de los muchos Bangkoks que se superponen en esta ciudad que nunca duerme.

lunes, 20 de octubre de 2014

Mercados beduinos, fortalezas y "uedis"



Un viaje por Omán ofrece, además de la posibilidad de atravesar el desierto y de bañarse en el Índico, la visión de unas fortalezas impresionantes, de mercados beduinos en los que el tráfico de camellos es una constante y, de vez en cuando, la tentación de adentrarse en un río, un uedi, en el que el frescor del agua resulta siempre una bendición. Si tienes la suerte de encontrar un mercado como el de Sinaw, que se celebra los viernes, la fiesta es absoluta, ya que a los rostros bíblicos de los beduinos se suman las máscaras de distintos estilos de las mujeres.
El mercado transmite una sensación de autenticidad difícil de superar. La venta de camellos y cabras se mantiene, y también la de armas, que suelen ofrecer vendedores de ropaje blanco, alfanje en el cinto y bastón de mando en la mano. 
Un baño en un uedi, cuando el calor aprieta, sirve para recargar las baterías para visitar una fortaleza como la de Bahla, impresionante junto al oasis y al pie de las montañas. Y es que Omán da para mucho.

 

sábado, 18 de octubre de 2014

El Omán de los árabes del mar



¿Dónde han ido a parar los míticos “dhows” de Omán. Pues a los museos. Cuando hablo de “dhows” me refiero a aquellos hermosos barcos equipados con un mástil y vela triangular que navegaron en el pasado por el océano Índico para llegar, con el viento a favor de los monzones, a las costas de la India, Kenya y Zanzíbar. Todavía hoy, en Zanzíbar y Lamu, los he visto navegar con elegancia, pero no aquí, en Omán. En la ciudad de Sur siguen construyéndolos como antes; bueno, no exactamente como antes, ya que el mástil y la vela han desaparecido.
Sur es una hermosa ciudad abierta al mar, con unos astilleros antiguos donde aún hoy los artesanos trabajan la madera con tesón para construir los “dhows”. Los tiempos modernos, sin embargo, les han hecho prescindir de la vela. No es extraño en un país en el que la gasolina va a 0,20 euros el litro, pero con su desaparición se ha perdido belleza y romanticismo. Hay que acudir al museo de Sur para ver un “dhow” como los de antes, con mástil, pero varado en el cemento. 
Jordi Esteva, en su libro Los árabes del mar, nos habló de aquellos viejos navegantes, émulos de Simbad, que desafiaban el peligro del Índico. Por desgracia, en Omán hoy ya sólo sobreviven en los libros. Es una lástima, pero la riqueza del petróleo y del gas ha acabado por anular aquellos míticos veleros.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La magia del desierto de Omán



Y de repente: Omán. Unos cuantos aviones y aeropuertos y el paisaje cambia por completo. Lo único que persiste es el desierto, aunque del Namib paso al desierto de Arabia. Había estado antes en Dubai y Qatar, pero me habían parecido países de nuevos ricos hechos para deslumbrar al visitante. Omán es otra cosa. En este sultanato, a orillas del Índico, conviven la capital, Muskat, encajonada entre el mar y las montañas, y un desierto que enamoró a Thesiger.
En el desierto todavía es posible ver la vida beduina, los camellos, el mar inacabable de dunas, la noche estrellada… Me gusta Omán y me gusta la sensación de desierto. 
La capital, Muscat, es otra cosa. El zoco, el yate del sultán dominando el puerto, el mercado del pescado, casas que recuerdan las de Zanzíbar, el calor agobiante, la dificultad de encontrar una cerveza fría... Cuando al fin dimos con un bar donde vendían alcohol, no todo fueron maravillas. El gin tónic que pedimos se transformó, a causa de la escasez, en un ron con Pepsi. No quedaba hielo. ni ginebra, ni tónica. Pero, bueno, con un poco de imaginación tenía algo de gin tónic made in Omán.

viernes, 10 de octubre de 2014

Desde un lugar llamado Solitaire



Me gusta Solitaire, un lugar perdido en el desierto del Namib en el que se amontonan viejos coches desvencijados e historias de soledad. Es, de hecho, poco más que una gasolinera, una tienda, una oficina de correos y un motel adosado. Es también un lugar de encuentro al que dan vida los granjeros de los alrededores, que acuden a Solitaire en busca de un último trago.
Dicen que le pusieron el nombre de Solitaire por la obvia soledad del lugar y por el nombre que reciben los anillos con un único diamante. A la entrada, un cartel indica “Welcome to Solitaire”, con el número de habitantes escrito con tiza: un 31 tachado, un 42 tachado y un 92 sin tachar. Me parecen muchos para tan poco lugar.
Mientras me tomo una cerveza fría en el bar, me comenta la camarera que el alma del lugar, Moose McGregor, murió el pasado mes de enero. “Hacía un pastel de manzana estupendo”, suspira. “Todavía lo vendemos en la Bakery”. Al rato llega un granjero, pide un whisky con hielo y vacía el vaso de un trago. Mientras le veo alejarse con modales de cowboy pienso que Solitaire es un buen lugar para decir adiós.
Hasta pronto, Namibia.

lunes, 6 de octubre de 2014

La duna 45 del Namib



Hay una duna en el desierto del Namib, cerca de Sesriem, que mide más de cien metros de altura y recibe el nombre de 45. Alguien podría pensar que Namibia es un país tan ordenado, tan alemán, que hasta enumeran las dunas. No, no es eso. Lo que pasa es que la duna en cuestión se encuentra en el kilómetro 45 del parque de Sossusvlei.
Resulta curioso que para acceder a la región de Sossusvlei tienes que conducir por cientos de kilómetros de pistas de grava. Y tragar mucho polvo, claro. Una vez en Sesriem, sin embargo, después de pagar la entrada al parque nacional (unos 6 euros por persona), se produce el milagro: la carretera es asfaltada y puedes circular sin polvo hasta la duna 45 o hasta el punto de partida para ir a Sossusvlei (a unos 60 kilómetros). 
Son muchos los que se animan a subir a la 45, desde hay unas vistas estupendas del mar de arena, pero merece la pena llegar hasta el final del asfalto para caminar hasta Sossusvlei, la laguna muerta que aparece entre las dunas como un paisaje apocalíptico, como un punto final.

viernes, 3 de octubre de 2014

La ciudad invadida por la arena del desierto



En Namibia, cerca de la ciudad de Lüderitz, hay una ghost town fascinante llamada Kolmanskup. Fue, hace un centenar de años, una ciudad marcada por la fiebre de los diamantes. Muchos alemanes acudieron a este lugar, junto al desierto, en busca de fortuna. Encontraron diamantes y levantaron casas de estilo alemán, un casino, una fábrica de hielo y hasta un hospital. Hoy, sin embargo, sólo queda desolación, con las casas invadidas por la arena.
La fortuna pasó de largo en Kolmanskup. Se encontraron diamantes más al sur y la gente se marchó siguiendo el rastro de la fortuna. 
La arena del desierto se adueñó de las ricas casas de Kolmanskup y le otorgó a la antaño floreciente ciudad una pátina de riqueza perdida, de ciudad fantasmal que, con el tiempo, ha alcanzado unos altos niveles de belleza.