lunes, 15 de septiembre de 2014

Al volante por el Jardín del Edén



Lo bueno del Parque Nacional de Etosha, igual que sucede en el Kruger, en Sudáfrica, es que puedes entrar al volante de tu propio coche (en mi caso un Toyota Corolla alquilado; si siquiera un 4x4) para ir a la caza y captura (fotográfica, por supuesto) de la fauna salvaje. La contemplación de elefantes, leones, jirafas, rinocerontes, guepardos, cebras, avestruces, ñus y miles de gacelas te hace sentir como si estuvieras conduciendo por el mismísimo Jardín del Edén. Ya lo decía Alberto Moravia: “África, en algunos momentos, te ofrece la posibilidad de echar un vistazo a la prehistoria”.
En el parque de Etosha, en Namibia, es una ventaja proveerse del mapa de waterholes que venden en la entrada. Sabes que es en estas grandes charcas, bien al amanecer o al atardecer, adonde acuden todo tipo de animales. La paciencia es la mejor arma. Hay que permanecer agazapado, con la cámara a punto, hasta que aparecen un elefante y un rino que se observan como si estuvieran protagonizando una película del Oeste, como si pensaran que aquí sobra uno de los dos. Hasta que los dos se dan cuenta que hay suficiente agua para todos.
 Aparte de los big five, confieso que las jirafas son los animales que me tienen robado el corazón. Disfruto contemplando su caminar elegante, viendo como doblan el largo cuello para comer las hojas de la copa de un árbol o como arman una sutil coreografía, a cámara lenta, para acercarse a la charca donde están bebiendo los elefantes. Sólo por asistir a este grandioso espectáculo merece la pena viajar a África.

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