viernes, 18 de julio de 2014

El horrible rastro de muerte de Pol Pot



En el templo de Wat Thmei, en Siem Reap, reina la paz característica de los santuarios budistas, pero también el intenso dolor de la guerra. En una pequeña estupa, junto al gran templo, se amontonan los cráneos de las víctimas de los jemeres rojos, la organización guerrillera camboyana que, bajo el mando de Pol Pot, tomó el poder entre 1975 y 1979. Más de dos millones de personas murieron por culpa de una terrible dictadura que pretendía refundar el país partiendo de los orígenes de la civilización.
Para los jemeres rojos, la vida en el campo era el punto de partida de todo. Los que vivían en las ciudades eran reeducados enviándolos a trabajar en el campo, y los que llevaban gafas eran acusados de intelectuales y considerados sospechosos de traición al pueblo. Fueron muchos los que fueron asesinados en medio de esta gran locura. 
Cerca de Siem Reap, el Museo de las Minas Terrestres, fundado en 1997 por Aki Ra, ex niño soldado bajo los jemeres rojos, muestra el horror de aquel régimen y las minas, balas y obuses que, todavía hoy, hacen de buena parte de Cambodia un lugar intransitable. Se calcula que todavía quedan unos cuatro millones de minas en territorio camboyano. Por desgracia, el rastro de la muerte sigue estando allí.

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