martes, 24 de abril de 2012

Islandia, ejemplo también para salir de la crisis


(Artículo publicado en El Periódico el 22 de abril de 2012)

Un amigo islandés, Gudmundur, me pregunta cómo van las cosas por España. “Acabo de leer que la economía está muy mal y que os costará salir de la crisis”, me dice con aire preocupado. Mientras le escucho, recuerdo que en octubre de 2008 los periódicos de todo el mundo hablaban de la crisis islandesa, del hundimiento de la Bolsa y de los bancos, de la devaluación en un 60% de la corona islandesa y del negro futuro que se cernía sobre esta isla remota. Hace tres años y medio las miradas estaban puestas en Islandia, primera víctima de la crisis financiera, pero ahora este país nórdico tiene ante sí un panorama optimista, hasta el punto que son los islandeses los que observan con preocupación la crisis española.
            Vayamos a las cifras: el paro en Islandia es ahora sólo del 7%, la inflación se ha estancado, las exportaciones superan a las importaciones y para este 2012 se prevé un crecimiento del 2,5%. No está nada mal para un país que hace tres años estaba en bancarrota, cuyos bancos dejaron deudas que multiplicaban por diez el Producto Interior Bruto y que tuvo que recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional. Un puñado de jóvenes banqueros, demasiado ambiciosos y demasiado corruptos, se habían lanzado a conquistar el mundo con arriesgadas operaciones financieras y comprando cuanto se ponía a tiro, lo que les había valido el apodo de los Buykings, neologismo que nace de las palabras “viking” y “buy” (comprar). Entonces, cuando aún no habían aflorado sus prácticas de capitalismo de casino, despertaban la admiración de medio mundo y contaban con la colaboración de algunos políticos que viajaban en los jets privados o en los yates de las nuevas estrellas y asistían encantados a sus glamurosas fiestas.
            Pero en octubre de 2008 este mundo de apariencias se hundió estrepitosamente. Llegó la kreppa (la catástrofe) y los 320.000 ciudadanos islandeses descubrieron que, tras unos años de euforia en los que Islandia se consideraba un país modelo, de repente les costaba pagar la hipoteca y sacar adelante la economía familiar.


            Nada fue lo mismo a partir de octubre de 2008, pero el pueblo islandés, lejos de resignarse, salió a la calle para exigir responsabilidades. Una multitud decidida acudía a  manifestarse cada sábado ante la sede del Parlamento, y no paró hasta conseguir que se convocaran unas elecciones en las que ganó la oposición socialdemócrata. Fue aquella una revolución silenciada, pero eficaz. Los indignados islandeses consiguieron además que un grupo de ciudadanos redactara una nueva Constitución, que se detuviera a algunos banqueros corruptos y que se llevara a juicio al primer ministro de 2008, Geir Haarde.   
            “Islandia es un modelo a pequeña escala para el mundo en cuanto a temas de conflicto, intereses, independencia y dependencia”, me decía en el verano de 2008 el escritor Andri Snaer Magnason, autor de Dreamland, un libro que denunció ya en 2007 la venta de la espectacular naturaleza de Islandia a multinacionales del sector del aluminio. Por lo visto tenía razón. Lo confirman las noticias que nos llegan desde allí y documentales premiados como Inside Job, de Charles Ferguson.
            Islandia fue el primer país víctima de la crisis, y ahora vuelve a ser un ejemplo para poder salir de ella. En sólo tres años y medio deja atrás la recesión y vuelve a generar riqueza, con una mujer al frente del Gobierno, Jóhanna Sigurdardóttir, cinco ministras (frente a cuatro ministros) y muchas mujeres en los puestos clave del poder. En el sector bancario, por ejemplo, son las mujeres las que han tomado el relevo de los banqueros corruptos y han devuelto la confianza al país.
            “Las mujeres siempre han sido importantes en la historia de Islandia”, apunta Vigdis Finnbogadóttir, presidenta entre 1980 y 1996 y aún actualmente el personaje más admirado del país. “En un país pesquero las mujeres tienen que ocuparse de tener en orden la casa mientras los hombres se hacen a la mar. Aquí siempre ha sido así. Pienso que nunca hubiera sucedido lo que sucedió si hubiera habido más mujeres en el poder”.
            En este contexto, una de las estrellas del actual Gobierno es la joven ministra de Cultura, Katrin Jakobsdóttir. Tiene 36 años y 3 hijos, pero llama la atención por su aspecto adolescente. Ella es la responsable del nuevo equipamiento cultural, el auditorio Harpa, llamado a revitalizar la vida cultural islandesa, muy activa ya de por sí, con Björk y Sigur Rós como estandartes, y a atraer al turismo de convenciones a Reykiavik.


            “No pienso que el Harpa fuera necesario ahora”, comenta el arquitecto Gudmundur Einarsson, “pero decidieron seguir adelante para no perjudicar aún más al sector de la construcción, que pasa por muy mal momento desde que estalló la burbuja inmobiliaria. De todos modos, admito que es bueno para la música islandesa”.
            Cuando Katrin Jakobsdóttir fue nombrada ministra de Cultura hace tres años, una de sus primeras decisiones fue seguir adelante con aquel proyecto faraónico del que sólo había los cimientos. La inauguración del Harpa, en mayo de 2011, le dio la razón, ya que 800.000 personas han pasado por el auditorio en un año y la elegante silueta del edificio, situado en el puerto, ya es un nuevo símbolo de la capital islandesa.
            La cultura, por otra parte, siempre ha sido un valor al alza en Islandia, un país con numerosos músicos, artistas y escritores en el que hace sólo unos días se inauguró, en el prestigioso museo Kjarvalsstadir, una exposición sobre el recientemente fallecido Antoni Tàpies.
            Islandia ha sabido apostar una vez más por la cultura, sin olvidar, sin embargo, los dos sectores básicos para su economía: el turismo y la pesca del bacalao. Gracias a esta última, las exportaciones superarán a las importaciones este año. Quizás por esto, dos tercios de los islandeses, nada partidarios de compartir sus productivas aguas territoriales, se muestren en contra de la entrada en la Unión Europea.  
            La pesca del bacalao es básica para las exportaciones, pero Islandia también destaca en innovación. Ahora mismo, mientras los islandeses siguen resignados las noticias sobre posibles nuevas erupciones volcánicas (hay una cada cuatro años), dos científicos de Reykiavik acaban de anunciar que han logrado un nuevo cemento hecho con cenizas del famoso volcán Eyjafiallajökul, aquel que en la primavera de hace dos años provocó el caos aéreo en Europa. El nuevo cemento es, además, más ecológico, algo que en Islandia siempre es un valor a tener en cuenta.


            Las previsiones turísticas, mientras, también van al alza, como confirma la ministra de Turismo, Katrin Juliusdóttir, que lucha “por evitar que se concentre en los meses de verano, cuando el sol de medianoche reina en la isla”. Otra buena noticia para Islandia es precisamente que este año ha aumentado el número de visitantes que han viajado a la isla para contemplar las espectaculares auroras boreales, calificadas por el escritor Einar Már Gundmundsson como “el yoga de los países nórdicos”.
            Sobre la mesa de la ministra de Turismo, mientras, descansa desde hace unos meses un proyecto envenenado: una propuesta de un empresario chino para construir un eco resort de 300 kilómetros cuadrados en el norte de la isla. El presupuesto del proyecto, 7 millones de euros, resulta muy atractivo para el Gobierno, pero el respeto por la naturaleza que sienten los islandeses impide de momento una aprobación que podría ser el espaldarazo definitivo para salir de la crisis con nota.

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