martes, 24 de abril de 2012

Uzbekistán (14): "Guerra y Plov" en Fergana


El Tantana es un local espacioso y de luz escasa de la ciudad de Fergana, a medio camino entre el restaurante de grupos y la sala de fiestas de ambiente canalla. Los pocos extranjeros que hay son casi todos rusos o ucranianos. Como en nuestro pequeño grupo hay mayoría de Ucrania, los que no lo somos ya hemos aprendido a decir “Da” cuando nos preguntan si somos ucranianos. Así lo hacemos con los seguratas que mantienen a raya a los curiosos frente a una puerta en la que hay aparcados varios deportivos de color rojo que confirman que, en efecto, en el Valle de Fergana se mueve dinero a espuertas.
            Comemos a la luz de las velas, no por romanticismo, si no porque falla, una vez más, el suministro eléctrico. A las ucranianas aún les queda una botella de vino blanco que trajeron de Kiev y, amparadas en la oscuridad, la descorchan para compartirla. Para comer nos dan plov, el arroz típico de esta tierra. “Uzbekistán es un lugar muy literario”, bromea Nick después de beber un par de vasos. “Estoy pensando en quedarme para escribir una novela que se titularía War and Plov”. Todos nos reímos, menos Tolstoi.
            A los postres empieza el espectáculo en el escenario. El criterio es el de todo cabe. Hay danzas tradicionales, coreografías de influencia china, una versión libre de West Side Story y una demostración pseudoerótica. El momento culminante es cuando, entre los bailarines, reconocemos, vestida de campesina alegre, a nuestra camarera. Ahora comprendo porque tarda tanto en servirnos…


          Al final hay baile, con una pista invadida por familias enteras (niños incluidos), jóvenes desmadrados, bebés en brazos, alguna que otra buscona y nuestro raro grupo, observado por los uzbecos como lo más exótico de la noche. Para amenizar la velada, hay un conato de pelea que termina en nada. “Es el vodka”, les excusa un segurata.
            Cuando nos sentamos de nuevo, una de las ucranianas me pide que le sirva vino. Me sorprende, ya que tiene la botella a su lado. “Según la tradición ucrania”, me aclara, “el vino tienen que servirlo los hombres”.
            Es lo bueno que tienen los viajes: que aprendes cosas. Claro que, en este caso, he tenido que ir a un lejano valle de Uzbekistán para aprender algo sobre Ucrania. En fin, debe de ser verdad que el mundo es cada vez más global. Sobre todo de noche.

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