miércoles, 9 de octubre de 2013

La vida errante de los nómadas mongoles



Los nómadas son lo mejor de Mongolia. Son ellos los que ponen una nota de color en la monotonía de la estepa. De vez en cuando aparece en el horizonte la silueta inconfundible de un ger, la tienda que los rusos llaman yurta. Su forma redonda y la apertura en el techo, que permite que entre la luz y salga el humo de la estufa, se funden con el verde de los prados en los que sestean las manadas de caballos, ovejas, yaks o camellos. La forma del ger, armado sobre una estructura de madera, no ha cambiado desde hace siglos, aunque en los últimos años los nómadas han incorporado a su vida la moto, la placa solar y la parabólica. Su vida continua siendo en esencia como siempre, pero con un pie en la modernidad.
 
Cuando llega un forastero, los mongoles suelen mostrarse generosos; le invitan a entrar en su ger y le ofrecen leche agria, galetas de yogur de yak, queso, pan o cerveza mongola. Es entonces cuando el ger se transforma en un universo cálido que te transporta al pasado, a otra manera de vivir. Aparte de tres camas, los únicos muebles son la estufa, un pequeño altar budista y un pequeño altar familiar, con fotos de todos los miembros de la familia y, a veces, la estatuilla de un caballo en un lugar destacado. 
Los nómadas suelen cambiar la ubicación del ger cuatro veces al año. Desmontan la tiendan, amontonan sus muebles mínimos, los cargan en una furgoneta y marchan en busca de nuevos horizontes, siempre bajo ese cielo que veneran, a menudo de un azul intenso que augura un buen futuro. Y la vida sigue, procurando siempre lo mejor para sus rebaños, incluso en invierno, cuando la nieve, el frío y el silencio cubren Mongolia.

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