En Tailandia cualquier excusa es buena para montar una fiesta. La gente parece estar siempre dispuesta a salir a la calle para celebrar que la vida es bella y que, ya puestos, es mucho mejor vivir con luces, colores y alegría. La fiesta del Loy Krathong, que viví hace unos días en Chiang Mai, encaja con este espíritu. Los tailandeses sacan a la calle carrozas y alegría y lanzan globos al cielo para que se lleven los malos rollos.
Ver cómo el cielo se va llenando de lucecitas que se alejan convierte la fiesta en una maravilla gozosa que todos parecen compartir, aunque hay quien prefiere dejar que la corriente se lleve río abajo las ofrendas depositadas en una barquita hecha con hojas enlazadas. Las carrozas y la música acaban por redondear una fiesta que hace que cada año, a finales de noviembre, Chiang Mai se llene de visitantes.
Llegué a Chiang Mai, sin proponérmelo, justo el gran día del Loy Krathong, en el que tuve como guía al buen amigo Josep Maria Romero, un taoísta partidario del buen rollo que ya hace cuatro años que vive allí. Fue un buen augurio ver cómo el cielo se iba llenando de globos que se llevaban los malos rollos lejos, muy lejos. Con un inicio como éste, el viaje sólo podía ir bien.