Apenas si queda nada de Otrar,
una ciudad del sur de Kazajstán que fue famosa en los lejanos tiempos de las
caravanas de la Ruta
de la Seda. La
destruyó Genghis Khan en 1219 y, tras ser reconstruida, Tamerlán murió allí
cuando iba a conquistar la China,
en 1405. Sus ruinas desprenden hoy una sensación de soledad que no permite
imaginar el esplendor pasado. Para ver lo que pudo ser hay que ir a la cercana ciudad de
Turkestán, donde deslumbra el impresionante mausoleo del santo sufí Khoja Ahmed
Yassawi.
Otrar es hoy silencio, polvo y
olvido, pero la ciudad que la sustituyó en la estepa, Turkestán, se muestra aún
viva y vibrante, gracias al santo sufí que vivió allí en el siglo XI y a quien
Tamerlán, en el siglo XIV, ordenó construir un magnífico mausoleo. Miles de peregrinos
acuden a visitarlo con una devoción absoluta que contrasta con la desolación de Otrar.
No muy lejos del mausoleo, en la
misma ciudad de Turkestán, la mezquita sufí subterránea, reconstruida hace unos
años, impresiona por sus distintas dependencias y por la mirada interior a que
se veían forzados quienes vivían en ella. El sufismo es un territorio
aparte en el Islam, un territorio que merece la pena explorar.