domingo, 28 de abril de 2013

El templo helenístico de Garni


A unos 30 kilómetros de Ereván, la capital de Armenia, se encuentra un edificio curioso que, sin que sirva de precedente, no es ni iglesia ni monasterio. Se trata del templo helenístico de Garni, conocido como el templo pagano. Está situado en un promontorio por encima del río Azad, en el interior de una fortificación que data probablemente del siglo III a. C. 
El lugar fue, y no sorprende, residencia de verano de los reyes armenios, aunque fue destruida primero por los bárbaros y después por un terremoto. Queda, eso sí, el templo, dedicado al dios del sol, Helios, y levantado en el siglo I por el rey Trdat I. El terremoto lo dañó, pero lo reconstruyeron en el período soviético y allí sigue.
A la salida de la fortaleza, hay algunas paradas que venden albaricoques y melocotones secos, nueces, vino de granada o tartas primorosamente decoradas. Es una muestra más de las muchas tentaciones que ofrece Armenia, en este caso en el aparato gastronómico.

miércoles, 24 de abril de 2013

Miles de flores en memoria del genocidio armenio


El genocidio amenio sucedió hace exactamente 98 años. Millón y medio de armenios murieron entonces a manos de los turcos, aunque hay quien eleva la cifra a dos millones. Fue en cualquier caso una barbaridad, una masacre que, por increíble que parezca, todavía hoy muchos países no reconocen. Israel y España, por ejemplo (o mejor dicho, por mal ejemplo), no lo aceptan, aunque sí lo han hecho los Parlamentos de Euskadi y Catalunya. La geoestrategia y los malabarismos políticos para no enemistarse con Turquía tienen la culpa. Vergonzoso. Y, mientras, centenares de miles de armenios desfilan cada año por Yereván para depositar flores en el monumento dedicado a la memoria del genocidio.
Niños, jóvenes y mayores han desfilado unidos, con flores en la mano y el corazón encogido, para recordar a sus antepasados asesinados y luchar por un reconocimiento que tarda demasiado en llegar. La noche anterior, los jóvenes tomaron las calles del centro para, con banderas y velas, luchar por este reconocimiento que se resiste. Confieso que me he emocionado al asistir hoy a esta gran demostración de memoria histórica. Hacía un día espléndido y destacaba en el horizonte el imponente monte Ararat, el símbolo armenio que se encuentra actualmente en territorio turco.
“Mientras un millón de personas desfile cada año, hay esperanza para el pueblo armenio”, reflexionaba Haig, un armenio de la diáspora libanesa. Y un armenio nacido en Argentina me decía: “El peso del genocidio sobre las siguientes generaciones sigue siendo una carga muy fuerte. El reconocimiento global es necesario para aliviarnos, pero pasan los años y no llega…”. 
     En 2015 hará cien años del genocidio. Esperemos que para este año no haya que seguir reivindicando la obviedad de un reconocimiento que, cuanto más tarda en llegar, más llena de oprobio a los países que lo niegan.

sábado, 20 de abril de 2013

Geghard, monasterio armenio fundido con la roca


Geghard es un monasterio armenio con una fuerte carga mística, impresionante, fundido con las rocas y un entorno maravilloso. Dice la leyenda que fue fundado en el siglo IV por ermitaños que empezaron viviendo en cuevas. Es creíble, sobre todo cuando, al fondo de la iglesia principal te encuentras con esa fuente que mana de una cueva con columnas primorosamente labradas a base de mucha paciencia, dedicación y años. Geghard emociona y, con sus numerosas cruces esculpidas en la roca, convence de la fuerza de la antigua Armenia, cobijada entre montañas y rodeada de reinos musulmanes.
Aseguran que en Geghard se guardó durante siglos la lanza con la que el soldado Longino hirió a Jesucristo cuando estaba en la cruz. En otro lugar sería sin duda una leyenda; aquí, sin embargo, vuelve a ser creíble. La lanza fue trasladada al museo de Echmiadzin, el Vaticano armenio, pero es el monasterio de Geghard, destruido por los árabes en el año 923, el que tuvo la custodió en los momentos más duros.
Geghard es, además de hermoso, laberíntico, lo que permite al visitante ir descubriendo rincones a primera vista inexistentes. Entrar en una cueva, por ejemplo, y encontrar al fondo una gran sala con columnas finamente labradas, robadas a la roca, que dan fe, en medio de una oscuridad misteriosa, de la persistencia de una Armenia que adoptó el cristianismo antes que nadie, en el año 301.

viernes, 19 de abril de 2013

Por fin Armenia


Hay viajes que hace tiempo que tenías en mente y que, por uno u otro motivo, has ido aplazando indefinidamente, hasta que llega un día en el que, por fin, el viaje se concreta y lo disfrutas incluso mucho más que si lo hubieras realizado años atrás. En mi caso, Armenia era ese asunto pendiente. Me interesa la historia de Armenia, quería ir a Armenia, me había documentado sobre Armenia, había hablado del tema con amigos y con armenios exiliados… pero siempre había algo que a última hora frustraba el viaje.
            Ahora, por fin, estoy en Yereván, la capital de Armenia, y lo visto hasta ahora no me decepciona. Es más, en cuanto vi el primer cartel escrito en armenio, una lengua con alfabeto propio llena de letras curiosamente redondeadas, supe que me estaría a gusto en este país.

Y así es hasta ahora. Me gusta pasear por Yereván, por unas calles que a veces me recuerdan Moscú y a veces París, con unos monumentos exagerados, como el de la Madre Armenia que sustituyó al de Stalin hace más de cincuenta años, o como el de la superlativa Cascade, a la que, con mucho acierto y en busca de la proporción adecuada, le han puesto unas grandes esculturas de Botero a sus pies. Y es que, puestos a hacer las cosas grandes, las esculturas no podían hacer el ridículo.
Y van pasando los días en Armenia, viendo a amigos que hacía años que no veía, como el gran Davit Muradyan, escritor, pianista y cinéfilo, descubriendo nuevos lugares, yendo a la Ópera y dejándome fascinar por esos rostros armenios que parecen haber sido esculpidos en el taller de un gran escultor para lograr una imagen interesante, dura y a veces un tanto altiva que les permita soportar el horror de un genocidio que hace ya casi cien años que gravita sobre su memoria.

jueves, 11 de abril de 2013

La Islandia de siempre

Andri Snaer Magnason, un autor imprescindible para comprender lo que ha sucedido en Islandia en los últimos años, ha pasado por Barcelona para presentar la traducción al castellano de su libro El país de los sueños (Editorial Aire), un exitazo en su país en 2006 que ha sido traducido a varias lenguas y galardonado con prestigiosos premios. El libro tuvo la particularidad de sacudir conciencias y de provocar el debate sobre si valía la pena venderse el país a las multinacionales de la energía. Magnason, por supuesto, defendía apostar por una Islandia más respetuosa con la naturaleza, tal como me confesó él mismo en Reykiavik en el verano del 2008 y me ha repetido ahora en Barcelona.
Ha llovido mucho desde la primera edición en islandés del libro y, entre otras cosas, llegó la terrible crisis de otoño de 2008, cuando quebraron los bancos islandeses, se hundió la economía del país y la corona tuvo que devaluarse hasta un 60%. Magnason tuvo algo de profeta con su libro, como bien supieron ver la cantante Björk, que le escribió el prólogo, y la ex presidenta Vigdis Finnbogadóttir, que recomendó su lectura a todos los islandeses. Ha llovido mucho, pero la belleza volcánica de Islandia, por suerte, se mantiene intacta, como podemos ver en la cascada Gullfoss, que estuvo a punto de ser suprimida hace años por los intereses de las empresas de la energía.
Magnason se muestra satisfecho con la evolución de su país desde la crisis, pero advierte que los viejos partidos podrían volver al poder y que las multinacionales siguen teniendo proyectos que destruirían en parte la valiosa naturaleza de Islandia. "El lago artificial que crearon con la presa de Kárahnjúkar ha matado a toda la fauna autóctoca, en contra de lo que aseguraban hace unos años", comenta, "y un nuevo proyecto amenaza el lago Myvatn. Hay que parar todo esto y apostar por empresas más creativas, más respetuosas con la naturaleza, que siempre ha sido un valor esencial para los islandeses".



sábado, 6 de abril de 2013

Uganda y las fuentes del Nilo

El próximo martes, 9 de abril, me han invitado a dar una conferencia sobre Uganda y las Fuentes del Nilo en la sede de la Sociedad Geográfica Española, en Madrid. Sólo pensarlo me entra un estremecimiento y me acuerdo del famoso debate que los exploradores Richard Burton y John Speke tenían que celebrar el 16 de septiembre de 1864 sobre quién tenía razón sobre las fuentes del Nilo. Speke sostenía que el río nacía en el lago Victoria, mientras que Burton se agarraba a las Montañas de la Luna. Al final el debate no se celebró, ya que Speke murió en accidente de caza el día antes. Los burtonianos sostuvieron que se trataba de un suicidio causado por el miedo escénico, ya que Burton, mucho más culto, amenazaba con desarbolar a Speke. Pero al final resultó que el pobre Speke tenía razón. De poco le sirvió.
     Tantos años después, el debate por suerte ya no existe, por lo que no creo que me entre el miedo escénico, aunque un libro reciente de Tim Jeal, En busca de las fuentes del Nilo, se esfuerza en reivindicar a Speke y en menospreciar a Burton. En cualquier caso, lejos de la polémica, yo sólo hablaré de la maravillosa Uganda, de sus lagos, su fauna y sus verdes colinas. De las Murchison Falls, sin ir más lejos, descubiertas para los europeos por Samuel Baker en 1863 y fotografiadas por mi amigo Xavier Jubierre cuando estuvimos allí hace ya unos años.
No creo que sea muy arriesgado afirmar que Uganda es el país más bello de África. Cierto que Kenya y Tanzania tienen más reservas de fauna y una mejor infraestructura turística, pero en Uganda la emoción se dispara ante paisajes como los de las Murchison Falls o los montes Ruwenzori, llamadas también Montañas de la Luna. Los disturbios que de vez en cuando sacuden a Uganda asustan al turismo, pero sus paisajes espectaculares y sus acogedoras gentes justifican siempre el viaje.
Si le añadimos a todo esto la emoción de pisar el África mítica de los grandes exploradores, el viaje resulta casi irrenunciable.


lunes, 1 de abril de 2013

De cacería por África

Llueve, hace un tiempo de Semana Santa y lo aprovecho para leer Diario de Kenia (1902-1906), de Richard Meinertzhagen, publicado por Ediciones del Viento. En algunos momentos es un libro duro, pero merece la pena leerlo como retrato de una África de hace casi cien años. Escribre Meinertzhagen: "Cuando llegué al país me obsesionaba una declarada sed de sangre. Cazar es el instinto primitivo del hombre y yo le di rienda suelta". 
Meinertzhagen, nacido en Londres en 1878, fue un ornitólogo famoso elogiado nada menos que por Lawrence Arabia, pero se le recuerda especialmente por su desmesurada afición a la caza y por su crueldad con los africanos. Destinado a Kenia como militar, nos retrata un Nairobi irreconocible, en el que sólo hay una tienda ("una pequeña choza de hojalata que vende de todo") y un hotel. En este ambiente singular, Meinertzhagen disfruta cazando y escribiendo cosas como ésta: "Nosotros matamos a 17 negros, pero dos policías y uno de mis hombres también fueron asesinados. Una lanza me pasó rozando la cabeza. Entonces empezó la diversión. Prendimos fuego al poblado y nos apoderamos de cabras y ovejas. Después arrasamos sistemáticamente el valle en el que estaba emplazando el poblado, quemamos todas las cabañas y matamos a algunos negros más".
    Un angelito Meinertzhagen. No es extraño que durante su estancia en Kenia fuera objeto de investigación por haber asesinado a un líder local y a su séquito. Cincuenta años después se justificaba así: "Cuando me destinaron a Kenia con un centenar de soldados, en medio de trescientosmil africanos, había que actuar en casos de emergencia si el gobierno local recibía amenazas". Y, por si había alguna duda, añade: "No creo en la santidad de la vida humana ni en la dignidad de su raza. La vida humana nunca ha sido sagrada".
    Respecto a su afición a la caza, precisa: "No me avergüenzo". Y añade: "La caza mayor me proporcionó una buena dosis de ejercicio físico cuando muchos de mis compañeros se dedicaban a beber matarratas o a liarse con la esposa de otro".
     Es, evidentemente, otra manera de ver los logros del colonialismo británico.