Escribe Colin
Thubron en El corazón perdido de Asia
que hasta 1870 los occidentales no osaron entrar en Bukhara, ciudad noble, sublime y peligrosa que tuvo su máximo esplendor en los míticos tiempos de la siempre atractiva Ruta de la Seda.
Las cosas han cambiado,
evidentemente, y hoy, Bukhara, junto con Samarcanda, es el principal destino
turístico de Uzbekistán. Sigue habiendo bazares en la ciudad, pero los turistas
prefieren visitar la fortaleza del Khan, protegida por gruesas murallas,
y el Kalon, el minarete de 47 metros de alto que se alza majestuoso, sobriamente decorado, entre la gran mezquita y la madraza cubiertas de azulejos que centellean al atardecer.
Emociona
visitar estos lugares en los que todavía hoy parece que resuena el eco de los
caballos de Tamerlán y Gengis Khan. Bukhara es sin duda una maravilla, una
ciudad más grande que Khiva en la que el mundo de hoy y el del pasado se
mezclan con armonía. Es lo que sucede, por ejemplo, en los bazares cubiertos que
venden desde alfombras uzbekas hasta viejas y caducas condecoraciones de la URSS.
La
madraza Ulug Beg, construida en 1417 por el nieto científico de Tamerlán, y Maghoki
Attar, la mezquita más antigua de Bukhara, con una puerta del siglo XII, son también
impresionantes, como la mezquita Davir Dibenbegi Khanasa, con un estanque
enfrente y tres moreras viejísimas, del 1477, en las que al atardecer pian los pájaros con frenesí digno de premio.
“Alrededor del estanque había antes
tenderetes de comida, pero los quitaron porque decían que lo afeaban”, me
comenta con nostalgia un anciano. Fue otro error de los dirigentes uzbekos, que
con tanto intervencionismo están suprimiendo la animada vida de esta preciosa
ciudad para convertirla en un parque temático para turistas.
Cerca
de la mezquita, los callejones que envuelven a la antigua sinagoga hablan del misterio del viejo barrio judío, otra
maravilla con origen en los siglos XII y XIII que todavía resiste.
“En 1980 las cigüeñas construyeron su
nido sobre un minarete de Bukhara”, me cuenta el anciano. “Desde entonces no
han regresado”. El hombre menea la cabeza en señal de desaprovación mientras
murmura que es un mal augurio para esta ciudad noble marcada cada vez más por las
directrices del turismo de masas.