Los viajes tienen eso, que estás un día en Nagorno Karabakh, rodeado de montañas y con el mar que ni se intuye, y en la siguiente etapa apareces en las Maldivas, un país del Índico al que le sobra mar por todas partes, con 1.200 islas y una altura máxima de metro y medio. La llegada en avión es de gran efecto, ya que vas viendo atolones distribuidos por un mar en calma, con unos cuantos hoteles de lujo instalados en lo que puede ser una mínima posibilidad de isla, con casas que sobrevuelan el agua y mar por todas partes.
Los paraísos son así, con mucho mar color turquesa, una playa de arena blanca y unas cuantas palmeras para decorar. Y cero preocupaciones, por supuesto. Si vas solo, puede resultar hasta aburrido, pero aquí lo que se llevan son las parejas en luna de miel, encerradas en sí mismas y con el mar como única compañía.
Me encuentro ahora mismo en la isla de Kuramathi, en un hotel bien situado en el que los camareros tienen sonrisa panorámica, los peces te comen en la mano y las parejas toman cócteles humeantes de color rosa, con sombrilla de juguete, mientras se miran a los ojos con aire alelado. Ah, estamos en el Trópico y a 30 grados. Aviso por si alguna de las parejas, llegada al límite del embeleso, no se diera cuenta. Continuará...