miércoles, 27 de junio de 2012

Groenlandia (3): ¿Dónde están las carreteras?


 En Groenlandia casi no hay carreteras. El inmenso campo de hielo que ocupa el 83% de la isla las convertiría en un contrasentido. Aquí los trineos y las motos de nieve son mucho más útiles que los coches. La carretera más larga del país tiene unos 30 kilómetros y sale de Kangerlussuaq, el aeropuerto de llegada a la isla, para dirigirse a los glaciares. La construyó la empresa Volkswagen para probar sus coches en condiciones extremas.


Kangerlussuaq, nombre que significa "gran fiordo", es un pueblo de unos 500 habitantes que fue antes base militar de Estados Unidos. Se nota, aunque han pintado los antiguos barracones de colores y de vez en cuando puedes ver a algún groenlandés que te alegra la vista con un traje típico muy llamativo.


Terminada la guerra fría, la base no tenía mucho sentido y la cedieron al gobierno. En los antiguos barracones militares hay ahora hoteles, apartamentos, empresas de aviación y hasta un museo que reconstruye la historia del lugar. En el museo hay mucha cosa militar, pero me llamaron la atención una cabeza disecada de buey almizclero (yo sólo pude ver uno, y de lejos) y un cartel que proclama con letras enormes que “Kangerlussuaq es un buen lugar para vivir”. Claro que abajo, en letra pequeña, se lee: “Por orden del comandante de la base”.


 En Kangerlussuaq vive una española. Se llama Sofía, es de Ceuta y llegó el pasado mes de octubre. “El invierno aquí es muy duro”, se lamenta. “Casi no hay luz solar y llegamos a 50 grados bajo cero. Cuando sopla el viento polar es aún más terrible. Los precios, además, son increíbles. Aquí todo se importa y una patata llega a valer dos euros”.
     Queda claro que Kangerlussuaq es un lugar límite en el que puedes hacer tres cosas: regresar en el primer avión, embarcarte para visitar la costa oeste o subir a un autobús de ruedas enormes para llegar hasta el hielo. Si para empezar eliges la tercera opción, verás como la carretera no tarda en adentrarse en la naturaleza de gran formato que buscan los que viajan a Groenlandia. La primera visión del glaciar Russell es espectacular.


Tan sólo unos kilómetros más adelante, la acumulación de hielo sigue aumentando hasta dominar por completo el paisaje y empequeñecer al hombre.


Es verdad que Kangerlussuaq parece poca cosa de entrada, pero el viaje hasta el hielo es una buena primera toma de contacto con este país que es en casi todo distinto a cualquier otro.

martes, 26 de junio de 2012

Groenlandia (2): El país del hielo

Fue muy astuto Erik el Rojo cuando en el siglo XI descubrió, huyendo como fugitivo de Islandia, la isla de Groenlandia y le puso el nombre que le puso: el País Verde. Fue una buena campaña de promoción, para atraer a posible colonos (el verde siempre atrae más que el hielo, claro), pero el hecho es que sólo la costa de Groenlandia es habitable. Un 83% de la isla está cubierto por un gran campo de hielo de unos 2.500 kilómetros de largo por 1.100 de ancho. Es el país del hielo, una enormidad fría y distante, como puede verse desde el avión, poco antes de aterrizar en Kangelussuaq.


Hielo y más hielo, en una visión que parece por momentos la de un infierno helado que te hace valorar mucho más las aventuras de los pioneros que lo atravesaron mientras iban en busca de coronar el Polo Norte, como Nansen, Amundsen e incluso el controvertido Peary.


Cuando el avión desciende para aterrizar, el hielo muestra sus cicatrices, sus arrugas, grietas, los ríos improvisados que forma el agua glaciar.


Es una primera visión de Groenlandia, de una isla mágica que te tienta con su enormidad de hielo, pero que también ofrece una costa habitable, sobre todo en la parte oeste, tal como se ve desde el avión a punto ya de aterrizar en Kangerlussuaq.


De repente, el hielo muere y deja paso a las rocas, a una estrecha franja de tierra en la que viven los 56.000 groenlandeses, una pequeña cifra para una gran isla de más de dos millones de kilómetros cuadrados, lo que cuadriplica la superficie de España. La aventura de Groenlandia está a punto, empieza un nuevo viaje al Gran Norte.

sábado, 16 de junio de 2012

Groenlandia (1): Viaje hacia el frío

Los viajes, a veces, se suceden de un modo tan rápido que ni te da tiempo de asimilarlos. Últimamente me está pasando algo de esto. Es como el síndrome del centrifugado: sin saber cómo, te has metido en una lavadora y lo único que puedes hacer es esperar a que termine el dichoso centrifugado y procurar salir con cierta dignidad. Además de limpio, claro.
    Todo va tan de prisa en las últimas semanas que enlazo un viaje con el siguiente casi sin tiempo ni de tomar aliento. Es una sensación rara que tiene una parte de positiva, ya que en algunos momentos llegas a pensar que estás flotando totalmente fuera de la rutina, pero también hay una parte negativa, ya que los mejores viajes, pienso, son los que se prolongan durante meses y dejan un poso muy denso. El resto, por desgracia, se parece demasiado a un zapping de viajes... aunque siempre vale la pena conocer nuevos mundos y embarcarte en una nueva aventura, por supuesto.
     La última jugada del destino ha hecho que dejara atrás el cálido Mediterráneo de la isla de Malta (¡A 35 grados llegamos a estar!) para irme mucho más al norte: al Ártico, a Groenlandia. Esto se traduce de entrada en una renovación total de la maleta: adiós a las chanclas y a la ropa playera para dejar lugar a botas, anorak, guantes y gorro de lana. Brrr!... Es un cambio radical, pero que estoy seguro que valdrá la pena. El Gran Norte siempre me ha atraído, y hasta ahora nunca me ha fallado.



Durante unos días navegaré, en el Fram, el barco noruego de la foto, por la costa oeste de Groenlandia, por Disko Bay, por Kangerlussuaq y otros lugares míticos. El Gran Norte está cada vez más cerca, con sus icebergs, sus inuits y sus casas de colores...



viernes, 15 de junio de 2012

Malta (y 4): La cruz de Malta

En el momento de partir de Malta quedan en la memoria muchos aspectos de esta isla que viene a ser como un portaviones anclado en el medio de Mediterráneo. Por ejemplo: la omnipresencia de la cruz de Malta, ese símbolo de ocho puntas que los caballeros repartieron por doquier:


Encuentras la cruz en todas partes, desde las iglesias importantes a los pueblos más remotos. O en las banderas que los malteses, orgullosos, exhiben en lo alto de mástiles altísimos cuando la festa lo reclama. O en la proa de las embarcaciones pesqueras, como si la cruz les hubiera de proteger de los embates del mar.





Sorprenden también las muchas iglesias, hasta el punto que uno sospecha que incluso hay más que habitantes. Y los símbolos religiosos que uno creía caducos y que aquí todavía se muestran en la calle.


Y, más allá de las numerosas frotalezas, se conservan en mi memoria los muros desgastados de las viejas casas de La Valetta, unos muros que representan mejor que nada el paso de una historia que en Malta alcanza una densidad única.


Y ahí está Malta, en medio del Mediterráneo, recordando el viejo enfrentamiento entre cristianos y turcos, de varios siglos atrás, y recordando que este mar maravilloso sigue siendo un lugar de paso y un lugar de gran poso histórico, a pesar de la trivialización del turismo.

martes, 12 de junio de 2012

Malta (3): El rastro de los caballeros

Si en la isla de Gozo puedes vivir todavía una república de Malta rural, con una costa tranquila y rincones de ensueño, en la isla grande Malta, que por cierto mide la mitad que la de Menorca, lo que se lleva son las grandes áreas urbanas concentradas en torno a la capital, La Valetta. Es lo que tiene concentrar 400.000 habitantes en dos pequeñas islas; bueno, tres, aunque la tercera, Comino, tiene sólo 3 habitantes. La isla de Malta agobia más que Gozo, claro, pero también te permite perderte por los maravillosos rincones históricos de la antigua capital, M'dina, donde quedan palacios bien conservados que nos dejaron los Caballeros de Malta, presentes en la isla desde 1530, cuando Carlos I se la regaló después de que fueran expulsados por los turcos de Rodas, hasta 1798, cuando Napoleón llegó allí de mala manera, en su ruta hacia las pirámides.


Pasear por M'dina merece mucho la pena, sobre todo si es al anochecer, cuando justifica su apelativo de "la ciudad del silencio". De día, cuando la visitan los miles de cruceristas que hacen un alto de sólo unas horas en Malta en su apretado programa de visite todo el Mediterráneo en una semana... sin enterarse de nada, es otra cosa.
      En el puerto de La Valetta, sin embargo, el escenario vuelve a vestirse de la dimensión histórica que le dieron los Caballeros de Malta, empeñados en convertir a la isla en una fortaleza frente al asedio turco. No creo que haya un puerto natural más bello en el Mediterráneo, con las dos entradas que flanquean la península de La Valetta, y las subsiguientes entradillas que dan lugar a las llamadas Tres Ciudades. Todas fortificadas a fondo. Poca broma con los turcos de entonces. Ahora, sin embargo, se venden como el Hollywood del Mediterráneo, como lo prueban las superproducciones Ágora, Gladiator, El expreso de Medianoche o El Conde de Montecristo.


Me impresionaron las fortalezas de La Valetta, pero también los antiguos edificios, como la catedral de San Juan, el palacio del Gran Maestre y los albergues de las distintas lenguas de los Caballeros: el de Castilla, el de Aragón, el de Italia, el de Francia... Supongo que, por fidelidad al espíritu de los nuevos tiempos, en el antiguo palacio de Italia está ahora instalada la Oficina de Turismo de la isla. Y es que, olvidado ya el peligro turco, el principal objetivo es ya, descaradamente, el turismo. Y no sólo el de cruceros, claro, si no uno que se quede unos días a vivir el ambiente en algunos momentos napolitano de Malta.


La decadencia, por cierto, le sienta bien a La Valetta, pero conviene evitar que esta decadencia acabe convirtiéndose en crónica, ya que, de tan entregados al dios del turismo como están, los malteses se preocupan de arreglar sólo la parte baja de las casas, la correspondiente a la tienda, y abandonan las plantas superiores.


Se ve un paisaje urbano muy dejado, pero, vete a saber, quizás lo hacen pensando en los muchos turistas, siempre a la caza de una decadencia no demasiado estudiada que le de un poco de alma a las viejas ciudades con un exceso de historia.

viernes, 8 de junio de 2012

Malta (2): Agua clara, gigantes y superpoderes

De la isla de Gozo me gusta especialmente la transparencia del agua. Es de ésas que te invitan a bañarte, o a estar contemplándola durante horas. Gozo invita a la indolencia, sí, tanto por la tranquilidad de la isla como por la limpieza de sus aguas.



En fin, que Gozo es una isla que te permite dejar pasar las horas sin estressarte. Todo un descubrimiento en el Mediterráneo de hoy en día. Aquí nadie habla de esa crisis que nos tiene atenazados, paralizados. Si hablan de algo es de ese sol que no afloja nunca y de historia, de las torres de vigilancia de la costa que levantaron los caballeros de Malta, convirtiendo la isla en una fortaleza, o de templos megalíticos como el de Gigantja, construido hace más de seis mil años.


Gozo es una isla pequeña, pero con muchas iglesias por metro cuadrado y con muchos paisajes de esos que embelesan, como el de la Azure Window.


Junto a esta Foradada, se levanta una roca impresionante, la Fungus Rock. En lo alto crecen unos hongos que los caballeros de Malta comían para dotarse de poderes sobrenaturales. Hoy está prohibido escalarla, pero siempre hay algún loco que lo intenta... supongo que para adquirir superpoderes que le permitan encontrar el modo de salir de la maldita crisis.

miércoles, 6 de junio de 2012

Malta (1): "Malta, my dear"

  1. Desde que he llegado a Malta que no paro de tararear "Malta, my dear", con la musiquilla de "Martha, my dear" de los Beatles. No sé, será cosa del subconsciente, o de la asociación facilona de palabras. En cualquier caso, Malta me gusta. Mejor dicho, me gusta la isla contigua de Gozo, donde hay un ambiente rural y todo es mucho más reposado. Me gusta pasear por la isla e ir descubriendo sus castillos y sus descomunales iglesias, que parecen fuera de registro, como la de Rabat, rebaurtizada como Victoria por los británicos.


También me gusta ir siguiendo la costa y encontrar playas maravillosas, como la de Ramla Bay o la de las salinas de Qbaijjar Bay.


O ver los acantilados coronados por fortalezas de vigilancia, como la construida por el catalán Nicolau Cotoner, que fue gran maestre de la Orden de Malta siglos atrás.
     Me gusta esta mezcla de lugar de vacaciones puramente mediterráneas, muy en contacto con un mar bellísimo, y de una historia marcada por los caballeros de Malta, que se instalaron en la isla en el siglo XVI y decidieron convertirla en una fortaleza frente al asedio de los piratas y de la flota turca. Y también me gustan, claro, esos carteles que firma el Ministerio de Gozo, el gobierno autónomo de esta pequeña isla. En cuanto los veo, pienso que es como si los firmara un Ministerio del Placer, toda una garantía de felicidad. Oh, Malta, my dear...

sábado, 2 de junio de 2012

Con Islandia a cuestas

Desde que en 2002 publiqué mi libro de viajes por Islandia titulado La isla secreta, puede decirse que llevo a Islandia en mi mochila. Desde entonces he regresado varias veces a ese país maravilloso, donde tengo la suerte de contar con muchos amigos, pero incluso sin salir de España es mucha la gente que me asocia con Islandia. Sólo me faltaba publicar recientemente Islandia: Revolución bajo el volcán, para que la cosa fuera a más. Y yo encantado, claro.
       Mañana, domingo (3 de junio) voy a la Feria del Libro de Madrid para promocionar mi último libro sobre Islandia, que viene a ser un complemento del primero. Me gusta hablar de Islandia y hablar con gente enamorada de Islandia. Ahora, con el fenómeno de los indignados, tengo la sensación que el interés por este pequeño país va a más, ya que la actitud decidida de los islandeses ante las corrupciones de la banca y la complicidad de los políticos son ejemplares. Algunos banqueros ya están en la cárcel y el ex primer ministro se sentó en el banquillo de los acusados. Y aquí aún estamos toreando el caso Bankia...
       Este verano no creo que vaya a Islandia, aunque sí tengo previsto viajar a Groenlandia, un poco más lejos. De todos modos, me queda el recuerdo de mi viaje allí el verano pasado y el que hice en mayo de 2010, cuando la erupción del famoso volcán Eyjafiallajökull montó el lío en el espacio aéreo europeo. Me queda, de entonces, el recuerdo de las granjas cercanas al volcán medio sepultadas por las cenizas.


     Otro recuerdo que tengo es el de los estudiantes voluntarios que se apuntaron rápidamente para colaborar en limpiar las muchas cenizas que cubrían las casas.


     Una vez más, ante las dificultades, los islandeses demostraron que saben ser solidarios y arrimar el hombro. Por cierto, ahora vuelve a hablarse de otra posible erupción cerca de Reykjavik... Los islandeses, sin embargo, se encogen de hombros. Es lo que ocurre cuando tienes una erupción cada cuatro años...