Namibia es el
escenario ideal para una road movie.
Y es que en este enorme país (825.000 kilómetros cuadrados, casi el doble que
España) viven sólo dos millones de personas. Los desiertos del Kalahari y del
Namib tienen la culpa del despoblamiento. No obstante, no creo que haya país
africano con mejores carreteras que Namibia. Puedo comprobarlo en el viaje de
más de mil kilómetros que me lleva de Etosha a Lüderitz; las rectas infinitas y
una soledad atávica me acompañan, aunque nunca falta la mínima sombra de unos
Picnic Places que denotan el optimismo del gobierno.
Otra distracción
de la carretera la ofrece el cruce de la línea imaginaria del Trópico de
Capricornio, o las señales que advierten del peligro de animales. La más
habitual es la del jabalí africano, pero también se ven las de los babuinos y ardillas o, más al
norte, la de los elefantes.
Cuando la señal
advierte del peligro de elefantes advierto que todos los conductores disminuyen
la velocidad. Es un acto reflejo. No suelen hacerlo con los avisos de ardillas
y jabalíes, pero es comprensible: sólo imaginar un choque con un elefante
saltan todas las alarmas. No sé, quizás no sería mala idea incorporarlo a las
carreteras europeas…