El metro es la primera asignatura que hay que pasar en Tokio, una ciudad enorme, con una superficie que supera en más de diez veces la de Barcelona, que no sólo es la más interesante de Asia, si no tal vez del mundo entero. Hay muchos Tokios, por supuesto, y ésta es una de las gracias de esta metrópolis que propone, segun el momento, tanto un escenario de Blade Runner como la calma de un templo sintoista o de unos frutales que florecen en un jardín aprisionado entre rascacielos. Y en este mu ndo aparte bajar al metro supone el primer reto.
Unos 33 millones de personas utilizan cada día el metro de Tokio, una red superlativa con 13 líneas distintas y 142 estacions. El primer reto consiste en orientarse en esta selva subterránea, pero afortunadamente cada vez hay más indicadores en inglés que suelen facilitar la labor. El segundo reto es observar, y el metro es el lugar perfecto para hacerlo. Observar las mascarillas que llevan los viajeros, los trajes y los zapatos inmaculados de los empleados que van al trabajo, las lolitas que salen del colegio, los jovenes altenativos, las mujeres impecables de rostro blanco y expresión tímida y las largas domidas que se echan unos pasajeros que pueden tardar hasta dos horas en llegar a destino.
La ausencia de papeleras, la inexistencia de obesos, las grandes aglomeraciones en hora punta, los empujadores de guante blanco, los vagones sólo para mujeres... Un observador en el metro de Tokio puede pasarse horas mirando sin cansarse, sin ninguna prisa por salir a una superficie que ofrece, también, un millón de alicientes.