miércoles, 20 de mayo de 2015

De Etiopía a Oslo... y a Filipinas

Hay meses en que los viajes se acumulan y te invade la sensación de que te estás viajando encima sin remedio. Después de Costa de Marfil, he estado unos días por el sur de Etiopía de la mano de un experto como Jordi García Guitart, de Terres Llunyanes. Ha sido un maravilloso viaje que relataré más adelante en el blog, ya que mañana mismo tengo que volar a Oslo. Regreso el domingo para irme el lunes a Filipinas... Inevitable: el síndrome "si hoy es martes esto es Bélgica" se está instalando en mi...
De momento, ahir va una foto del valle del Omo, en Etiopía.
Había estado anteriormente en Etiopia, pero en el norte, visitando el Lago Tana, Lalibela, Axum... Lugares maravillosos que prueban que Etiopía es uno de los países más interesantes de África. Si le añadimos las etnias del sur y la depresión del Danakil, no hay duda de que Etiopía es un país 10, tocado a menudo por un verdor que estalla a los ojos del viajero.
Como contraste, mañana  vuelo a Oslo, a la Europa civilizada, a una ciudad nórdica que me encanta, pero que está a años luz de la magia de África. Es lo bueno de los viajes, que de uno a otro media todo un mundo.


miércoles, 6 de mayo de 2015

La encantadora decadencia de Grand Bassam



En cuestiones de decadencia, como en casi todo, hay un punto de no retorno. La decadencia tiene su encanto mientras no rebase unos límites, pero cuando va un poco más allá puede convertirse en ruina. Grand Bassam, la ciudad marfileña declarada Patrimonio de la Humanidad en 2012, está justo en este punto en el que los edificios coloniales, asediados por el paso del tiempo, la humedad, la desidia y la maleza, tienen aún un encanto innegable. Un paso más, sin embargo, y el encanto se esfumará.
Aún merece la pena acercarse a Grand Bassam, una ciudad cercana a Abidjan que en 1893 fue capital colonial de Costa de Marfil. Merece la pena contemplar los edificios que se caen afectados por lo que podríamos llamar un exceso de trópico o para comer unas sabrosas gambas en alguno de los restaurantes de la playa. O para visitar a un rey, algo que en África siempre es más fácil que en otros lugares.
Su Majestad Awoulae Tanoe Amon, rey de los N’zima Kotoko, nos recibió en Grand Bassam vestido con ropajes de colores vistosos y sentado en un trono que es, de hecho, la mandíbula inferior de una ballena. Original, sin duda. Y mayestático. Cuando un rey te da la bienvenida en este plan, regalándote música y danzas, es imposible que el viaje sea malo.

lunes, 4 de mayo de 2015

Lavar la ropa en Abidjan



Abidján es una gran ciudad típicamente africana, difícil de entender a primera vista, a caballo entre el mar y la laguna. Sea como sea, lo que más me llama la atención es la cantidad de gente que acude a lavar la ropa a orillas del riachuelo Banco. Para secar la colada, no problem: lo mejor es tenderla con esmero sobre la hierba y los arbustos.
Abidjan tiene un puerto enorme y viven en ella entre tres y cinco millones de habitantes, aunque hay quien eleva la cifra a siete. Ya lo dije en una entrada anterior: el censo no es punto fuerte de Costa de Marfil. 
Para apreciar el contraste entre la modernidad a la europea del centro y el caos de los suburbios, nada mejor que coger primero un taxi, con atasco garantizado, y gozar después de una plácida navegación por la laguna. De noche, por cierto, es obligado ir a una discoteca; allí el coupé decalé y el bailoteo frente a los espejos dan siempre mucho juego.

viernes, 1 de mayo de 2015

El espejismo de San Pedro



Hay algo de irreal en San Pedro, una población fundada por navegantes portugueses en el siglo XVI que tiene entre 100.000 y 400.000 habitantes (Nota: el censo no es el punto fuerte de Costa de Marfil). Hay algo irreal en esa ciudad dispersa que cuenta con el primer puerto mundial en exportación de cacao y en la que no resulta fácil identificar el centro. Las hermosas playas del frente marítimo, escoltadas por palmeras y hoteles, apuntan que hay turismo en San Pedro, pero el puerto es el lugar de mayor actividad.
El puerto se inauguró en 1971 para descongestionar el de Abidjan. Fue entonces, ante la perspectiva de un gran futuro económico, cuando la población empezó a crecer sin orden y sin plan urbanístico. Y es por eso, porque su crecimiento recuerda los poblados de la “fiebre de oro” del Oeste norteamericano, que aún hoy hay quien la llama “Ville Far West”.
En la aldea de pescadores de Digbeu, al final de una degradada pista de tierra roja, la gente nos recibe alborozada. En la playa se sientan los notables del pueblo, que nos ofrecen música, danzas, comida, bebida, abrazos, palabras de bienvenida y alegría. Es el África que baila y ríe. Quizás nos confunden con profetas de una nueve “fiebre del oro”, de la llegada del turismo a gran escala. Sea como sea, su alegría se contagia, igual que el entusiasmo con que nos muestran las cabañas maltrechas, el rincón donde cosen las redes o el horno donde ahuman el pescado. Cuando nos vamos, el buen rollo que nos han inculcado viaja con nosotros. Unos kilómetros más allá, sin embargo, el contraste con los hoteles de turistas confirma que San Pedro tiene algo de irreal.