lunes, 2 de noviembre de 2015

En Astaná, con los Leopardos de las Nieves



Astaná es una ciudad rara, como todas las que han surgido de la nada. En 1998 el presidente Nazarbáyev decidió convertirla en capital de Kazakhstán, desplazando a Almaty. De repente, la capitalidad pasó a una aldea situada en medio de la estepa. Como el país es rico en petróleo, no se ha escatimado dinero para vestirla de capital.
Astaná es rara y fría. En invierno, la temperatura llega a 40 bajo cero y, cuando sopla el viento siberiano, se hace difícil circular por la ciudad. El arquitecto japonés Kisho Kurokawa ganó el concurso de un ambicioso plan urbanístico que, gracias a los petrodólares, se va cumpliendo. Dicen que en 2030 Astaná estará terminada, con edificios de Norman Foster y otras estrellas, con una Ópera neoclásica, una Gran Mezquita, muchos museos y edificios espectaculares. Astaná es, de hecho, una ciudad museo.
Lo bueno de los países fríos es que practican deportes de invierno. El hockey sobre hielo, por ejemplo. Uno de mis grandes momentos en Astaná fue asistir, en compañía de buenos amigos, a un partido de Los Leopardos de las Nieves, que es como se llama el equipo de Astaná. Ganaron 5 a 0 a un equipo ruso, pero lo de menos fue resultado. Ver a aquellos leopardos que me recordaban el gran libro de Peter Matthiessen luchando por defender el nombre de Astaná, fue un placer.



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