No hay mejor
modo de decir adiós a Bután que subiendo al santuario del Nido del Tigre, Taktshang Goemba. Desde la base, cerca de la ciudad de Paro, es una excursión relativamente
corta (entre dos y tres horas), pero el camino es empinado y los más de 3.000
metros de altura aconsejan hacer un alto de vez en cuando. El lugar es
impresionante. Visto desde el valle, colgado de las rocas, tiene la apariencia
de un lugar soñado.
El paisaje,
cubierto de una fina capa de nieve, va ganando a medida que ascendemos. “Los
santuarios budistas suelen estar en lugares de difícil acceso”, me cuenta
alguien. “De este modo, llegar allí se convierte en un ritual iniciático.
Cuanto más sufres, más te purificas”. Al final, cuando por fin llegas al
santuario, las banderolas budistas lo envuelven de colores para darte la
bienvenida.
El templo del
Nido del Tigre data del siglo XVII y dicen que lo fundó un lama que llegó desde
el Tibet cabalgando a lomos de un tigre volador. Un incendio lo destruyó en
1998, pero volvieron a construirlo y vuelve a ser el lugar de meditación que ha
sido siempre, un santuario mágico al que siempre merece la pena volver. “Tienes
que subir tres veces si quieres tener larga vida”, me dice una mujer cuando ya
estoy de nuevo en el valle. Suspiro y pienso que quizás sí, quizás sí que algún
día regresaré a este lugar mágico.
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