Lo malo de las
Filipinas es que pillan lejos, muy lejos. Son seis horas de avión hasta Qatar
y, después de una pausa poco oportuna en el territorio desabrido del
aeropuerto, nueve más hasta Manila. Si a esto le sumamos el cambio de hora,
llegas descompuesto. Lo bueno es que merece la pena viajar hasta allí. La
bienvenida te la dan los numerosos jeepneys
que nos cruzamos en el camino hacia el hotel.
Los jeepneys son un invento de Leonardo
Sarao, un filipino con ideas. Se fijó en los jeeps abandonados por los
norteamericanos después de la Segunda Guerra
Mundial, los alargó un poco, les dio color y, con unas pintadas de “Jesús
Saves”, “In God we trust” o “Praise the Lord”, los puso en la carretera. Ahora
los hay a miles. Son un transporte barato: 8 pesos los primeros cuatro
kilómetros. O sea, 15 céntimos de euro.
Además de los jeepneys, en Manila funcionan motos con
aparatosos sidecar donde pueden caber hasta diez personas, triciclos mucho más
baratos y coches-taxi más caros. Todo vale para pasear por esta ciudad tropical
en la que menudean los atascos. Puede ser pesado, pero el paseo marítimo y los
barrios de Intramuros y Ermita justifican de lleno a Manila.
Hola Xavier, vaig llegir el teu llibre d'Islandia quan hi vaig anar i l'he anat seguint. Veig ara les entrades sobre Filipines. JO hi vaig en unes setmanes o sigui que si va plublicant entrades, me les llegiré amb moltes ganes!
ResponderEliminarSalut !
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