Uno de los baobabs más espectaculares de África, el de Chapman, en Bostwana, se cayó hace unos meses. Medía unos 25 metros de diámetro y recuerdo que me impresionó su enormidad cuando acampé a su sombra hace ya unos años en compañía del buen amigo Andoni Canela, excelente fotógrafo. Ahora, repasando Internet para un artículo, me encuentro con que, sin que se sepa cómo, se vino abajo el pasado enero. Una desgracia.
Dicen que los baobabs son como las catedrales de África. Es cierto: no he visto presencia más descomunal que las de estos preciosos y enormes árboles. Los antiguos exploradores, como el Doctor Livingstone, que acampó bajo el baobab de Chapman en su camino hacia las Victoria Falls, los marcaban en los mapas como referencias. No había para menos, ya que podían verse desde muy lejos en medio del desierto.
No sé cuántos años tardó en formarse aquel maravilloso baobab. Cientos, dicen. Su pérdida, en cualquier caso, es irremplazable. Conservo, sin embargo, lo que escribí de él en mi libro A la sombra del baobab, y la emoción que nos envolvió a Andoni y a mi cuando, al levantarnos al día siguiente de llegar, descubrimos que el árbol estaba lleno de flores que habían nacido durante la noche. Fue un momento mágico, genuinamente africano, que por desgracia no volverá a repetirse.
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