No es fácil
convivir con un iceberg. Esto es algo que saben muy bien en Groenlandia, donde
a poco que te despistes se te planta un iceberg en el jardín. Y no un iceberg
de bolsillo, sino de tamaño catedralicio, de los que hacen que tú casa se
convierta en algo así como una maqueta.
Cuando, en mi
camino hacia el norte de Groenlandia, a bordo del Fram, vi los primeros icebergs, no paraba de hacerles fotos. Era algo mágico. Había
visto muchos hace un año, en un viaje a las islas Svalbard, pero, comparados
con éstos, aquellos parecían de guardería. Aquí, cerca de Qeqertarsuaq, en Disko Bay, los
icebergs son de talla XXXL.
Lo malo de un iceberg
es cuando ves que se está acercando demasiado. Es entonces cuando aparece el
síndrome Titanic y los pasajeros del Fram
empezamos a soltar risitas nerviosas. Si encima el implicado se
desmorona, resquebrajándose con un ruido trágico que no parece augurar nada bueno, las risitas se frenan para dejar paso a una preocupación sin medias
tintas.
Tras desembarcar
del Fram, por las escasas calles de Qeqertarsuaq (“la isla más grande”)
me percaté de que a los inuits no les preocupan los icebergs. Para ellos son el paisaje cotidiano. Y eso que para mi gusto están demasiado
cerca, hasta el extremo que en el campo de fútbol semejan las gradas de un
estadio.
Pero, bueno, supongo que para los groenlandeses lo de tener un iceberg a cuatro
pasos es como para nosotros tener el coche en el garaje. O un camión. Salvando las
distancias, por supuesto.
Hola Xavier, acabo de conocer tu blog y vaya lugares más interesantes, es precioso....por casualidad eres de GIRONA ? quizás nos conocemos.
ResponderEliminarUn saludo y nos vamos viendo. Pásalo muy bien.
Gracias por tu comentario, Mamilu. Soy de Barcelona, pero tengo la suerte de vivir, entre viaje y viaje, cerca de Banyoles. Y voy a menudo a Girona, una ciudad encantadora.
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