Lo bueno de navegar durante unos días por el Ártico es que, tarde o temprano, salta la sorpresa del avistamiento de una ballena. Es el momento de recordar la épica persecución de Moby Dick por parte del capitán Ahab, de rescatar el alma marinera que todos tenemos y gritar a todo pulmón: "¡Por allí resopla!".
Corres el riesgo, por supuesto, de que el resto de los pasajeros te miren como si te faltara el juicio, pero en cuanto también ellos divisan el vapor de agua que expulsa el animal todos se agolpan en la cubierta de proa para intentar descubrir el lomo de la ballena en cuanto asoma.
Y de vez en cuando, ¡bingo! Aparece una ballena retozando a estribor del Fram, con un iceberg al fondo, como si quisiera satisfacer las ansias fotográficas de los viajeros del hielo.
Y el viaje continúa, siempre junto a las costas de Groenlandia, en busca de un paisaje ártico que no tiene nada que ver con el de nuestro querido y soleado Mediterráneo.
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