Leyendo El gran mar, un interesante libro sobre
el Mediterráneo del catedrático de Cambridge David Abulafia, me encuentro con
unos cuantos párrafos que describen cómo era la vida a bordo de los barcos que
cruzaban el Mare Nostrum en el siglo XII. Abulafia parte de la aventura del
geógrafo valenciano Ibn Yubair, que salió de Ceuta en un barco genovés el 24 de
febrero y llegó a Alejandría el 26 de marzo de 1183, desde donde prosiguió
viaje por tierra hasta La Meca. En
1185 realizaría el viaje a la inversa, sufriendo incluso un naufragio en las
costas de Sicilia.
Cuenta Ibn Yubair, que tuvo que enfrentarse a una fuerte tempestad, que
“los viajeros dormían al raso, utilizando sus posesiones como almohada y
colchón”, al más puro estilo hippy, y que lo que entonces movía a viajar por mar,
por lo general en condiciones lamentables, era sobre todo la fe.
Describe Ibn Yubair como cristianos
y musulmanes que morían a bordo recibían sepultura con el método tradicional de
arrojarlos por la borda, y añade que durante la larga travesía se podía comprar
a bordo comida fresca, y que “era como si en este barco estuviesen en una
ciudad que reunía todas las comodidades”.
En su relato del periplo, Viajes, Ibn Yubair cuenta el día a día
de un modo que permite una distante comparación con los cruceros actuales. Tanto las
naves de entonces como las de ahora se dedicaban a cruzar el Mediterráneo, aunque, a juzgar por lo que cuenta
el viajero valenciano, los viajes de entonces tenían un componente aventurero
que habría hecho las delicias de algunos mochileros de hoy.
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