sábado, 10 de agosto de 2013

Una visita de la lejana Islandia

A veces viajas para ver amigos, y a veces son ellos los que te viajan. Quiero decir que ellos te visitan en nombre de la amistad y para contarte cosas de su país. Es lo bueno de los viajes, que no sólo ves lugares maravillosos, si no que también descubres muchos amigos por el camino; amigos que te vas reencontrando. Es el caso de Einar, un amigo al que he visitado varias veces en Islandia y que ahora está pasando unos días en casa con su esposa, Margrét, y sus tres encantadoras hijas, Arna Björk, Artis Osk y Hugrun Helga.
Conocí a Einar en el 2000, viajando por Europa en un tren que no parecía tener ninguna prisa por llegar a destino. Nos hicimos amigos y al año siguiente me invitó a Reykiavik, donde pasé un par de meses y donde aprendí a amar esta isla volcánica que acabaría por inspirarme mi libro La isla secreta, en el que Einar ejerce de guía imprescindible. Un viaje siempre lleva a otro, y esto es lo bueno: que es la historia de nunca acaba.
Ahora, cuando veo a Einar paseando por la Costa Brava, con su esposa y sus hijas, me parece a veces una persona distinta. Es inevitable: los años y las responsabilidades pesan. Pero basta con que empecemos a hablar de los viejos tiempos para volver a encontrar el Einar de siempre. Y espero que así sea durante muchos años, y a poder ser reunidos en torno a una mesa mediterránea, viendo como nuestros hijos respectivos se van haciendo amigos y como la vida va pasando de un modo alegre y festivo.

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