Se acabó. Por
fin he conseguido fugarme del
pueblo-prisión de Veenhuizen. Después de pasar todo el mes de julio en este
original pueblo holandés, entre canales, marismas, bicicletas y módulos
carcelarios, me largo para el sur, a pasar calor en casa. La verdad es que,
visto lo visto, en Veenhuizen se vive muy bien. ¡Y fresquito! Pero al final he
hecho como los hermanos Dalton, he pedido el montante y me he largado.
Me preguntan los
amigos si salgo con la condicional. La verdad es que no lo sé. Preferí no
preguntarlo. Aunque, bien pensado, no me importaría volver a Veenhuizen, y en
concreto a De Pastorie, la casa de 1908 en la que he estado viviendo. Era
agradable escribir allí: las horas eran limpias y el silencio de misa.
Intuyo que esta Residencia de Escritores, hábilmente comandada por Mariët de
Meester, está destinada al éxito.
Cierto que lo de
tener la prisión a un paso, y que los presos limpien tu jardín, puede ser en
principio algo negativo, pero hasta lo hecho de menos. Me gustaba, en mis
vagabundeos en bicicleta, encontrarme de vez en cuando con las rejas que
separaban un mundo aparte. Aunque, si he de ser sincero (y no veo porque no
debería serlo), diré que prefería dirigirme a la cervecería Maalust. Una gran
cerveza en un ambiente muy apropiado. Con los Dalton en la esquina señalando el camino de la fuga...
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