A la entrada de Shaxi hay un monumento
con caballos y arrieros que recuerdan que la riqueza de la población viene de
la antigua Ruta del Te, que unía Yunnan con el Tíbet, por caminos de herradura,
para comerciar con el famoso te que se cultiva en esta región. Alrededor de Shaxi,
sin embargo, no hay campos de te; sólo un precioso valle lleno de arrozales y un río de
aguas tranquilas. En el río hay un bello puente que se diría que está para
inspirar a pintores paisajistas. Constable, por ejemplo.
Shaxi es una
población preciosa, aunque la nueva autopista hace que cada día reciba más
turistas. Tiene una hermosa plaza con un viejo teatro, casas bajas
tradicionales que albergan agradables pensiones, callejones escoltados por
canales de riego y un gran mercado, los viernes, en el que los campesinos de
las montañas, ataviados con ropas de colores vivos, venden verduras, frutas,
setas, fideos, tofu, especias y lo que haga falta.
Cuando uno se
cansa del mercado, puede perderse por unos callejones que respiran una calma de
otro tiempo. No sé por qué, pero mientras paseo por Shaxi me acuerdo, por
contraste, en las multitudes de Hong Kong o Shanghai. Nada que ver, por
supuesto. Aquí reina una calma de otros siglos, una calma que, vistos los
tiempos que corren, vale su peso en oro. Quizás por eso muy cerca de Shaxi se
encuentra un lugar ideal para la meditación, Shibao Shan, una montaña en la que los templos budistas se funden con la naturaleza.
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