viernes, 1 de mayo de 2015

El espejismo de San Pedro



Hay algo de irreal en San Pedro, una población fundada por navegantes portugueses en el siglo XVI que tiene entre 100.000 y 400.000 habitantes (Nota: el censo no es el punto fuerte de Costa de Marfil). Hay algo irreal en esa ciudad dispersa que cuenta con el primer puerto mundial en exportación de cacao y en la que no resulta fácil identificar el centro. Las hermosas playas del frente marítimo, escoltadas por palmeras y hoteles, apuntan que hay turismo en San Pedro, pero el puerto es el lugar de mayor actividad.
El puerto se inauguró en 1971 para descongestionar el de Abidjan. Fue entonces, ante la perspectiva de un gran futuro económico, cuando la población empezó a crecer sin orden y sin plan urbanístico. Y es por eso, porque su crecimiento recuerda los poblados de la “fiebre de oro” del Oeste norteamericano, que aún hoy hay quien la llama “Ville Far West”.
En la aldea de pescadores de Digbeu, al final de una degradada pista de tierra roja, la gente nos recibe alborozada. En la playa se sientan los notables del pueblo, que nos ofrecen música, danzas, comida, bebida, abrazos, palabras de bienvenida y alegría. Es el África que baila y ríe. Quizás nos confunden con profetas de una nueve “fiebre del oro”, de la llegada del turismo a gran escala. Sea como sea, su alegría se contagia, igual que el entusiasmo con que nos muestran las cabañas maltrechas, el rincón donde cosen las redes o el horno donde ahuman el pescado. Cuando nos vamos, el buen rollo que nos han inculcado viaja con nosotros. Unos kilómetros más allá, sin embargo, el contraste con los hoteles de turistas confirma que San Pedro tiene algo de irreal.


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