En cuestiones de
decadencia, como en casi todo, hay un punto de no retorno. La decadencia tiene
su encanto mientras no rebase unos límites, pero cuando va un poco más allá
puede convertirse en ruina. Grand Bassam, la ciudad marfileña declarada
Patrimonio de la Humanidad
en 2012, está justo en este punto en el que los edificios coloniales, asediados
por el paso del tiempo, la humedad, la desidia y la maleza, tienen aún un
encanto innegable. Un paso más, sin embargo, y el encanto se esfumará.
Aún merece la pena
acercarse a Grand Bassam, una ciudad cercana a Abidjan que en 1893 fue capital
colonial de Costa de Marfil. Merece la pena contemplar los edificios que se
caen afectados por lo que podríamos llamar un exceso de trópico o para comer
unas sabrosas gambas en alguno de los restaurantes de la playa. O para visitar a
un rey, algo que en África siempre es más fácil que en otros lugares.
Su Majestad Awoulae Tanoe
Amon, rey de los N’zima Kotoko, nos recibió en Grand Bassam
vestido con ropajes de colores vistosos y sentado en un trono que es, de hecho,
la mandíbula inferior de una ballena. Original, sin duda. Y mayestático. Cuando
un rey te da la bienvenida en este plan, regalándote música y danzas, es
imposible que el viaje sea malo.
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