martes, 17 de septiembre de 2013

La otra cara del Monte Athos



Los rituales en la península monástica de Athos son de los que encogen el alma. La oscuridad del katholikon, las paredes ennegrecidas por el humo y el tiempo, el hábito negro de los monjes, la luz vacilante de las velas, el olor a incienso, el brillo de los ornamentos dorados de los iconos… Todo contribuye a crear un ambiente como de otro mundo; y más cuando el ritual se alarga durante horas y el aire se llena de los cánticos sombríos de los monjes, privados de cualquier instrumento. 
Tanto en el ámbito de los monasterios, cargados de un insoslayable peso histórico, como en las capillas privadas (la foto está tomada en una casa de Karyés), la solemnidad se impone a las paredes desconchadas, los frescos medio borrados por el tiempo y las miradas penetrantes de iconos que arrastran un largo historial milagroso. Cuando el ritual termina, si se celebra alguna fiesta en Athos, cosa harto frecuente, llega el momento de sentarse a la mesa para disfrutar de un almuerzo copioso, con buenos manjares y vino de la península, y con el aguardiente local, el tsipuro, para concluir el ágape..
El ayuno de los monasterios es todo un contraste con esas fiestas de celebración en las que, por momentos, estalla una alegría mediterránea. Es entonces cuando eres consciente de estar viviendo la otra cara de Athos, una montaña sagrada en la que el mundo real parece estar muy, muy lejos.

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