De todos los
monjes de Athos, habrá en total unos dos mil, los que más me emocionan son esos
monjes ancianos que avanzan muy lentamente, pasito a pasito y apoyados en su
bastón, para desplazarse por las distintas dependencias del monasterio. Apenas
si hablan con nadie, viven encerrados en un mundo propio que es imposible
conocer.
Los hay en todos
los monasterios. Conviven con los monjes más jóvenes, pero no parece que
compartan mucho con ellos. Asisten a los actos religiosos con devoción callada
y oran en silencio ante los iconos más milagrosos. Cuando terminan, besan el
icono y abandonan el katholikon sin pronunciar
palabra.
Cuando mueren, a
los monjes los entierran en el cementerio fuera murallas, sin ataúd. Su cuerpo
debe tocar directamente la tierra para recordarnos que no somos nada. Al cabo
de cuatro o cinco años, los desentierran, lavan los huesos y los amontonan en
el osario colectivo. Sic transit gloria
mundi.
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