A pesar de los
excesos restauradores de Arthur Evans, que descubrió las ruinas del palacio
minoico en el año 1900, merece la pena ir a Cnosos. Aquí puede evocarse la
época lejana en que Dédalo diseñó para el rey Minos un laberinto en el que
reinaba el terror del Minotauro, un monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano
al que sólo pudo vencer Teseo con la ayuda de Ariadna, hija del rey. Evans excavó en Cnosos hasta 1941, pero fue una lástima que prefiriera el romanticismo reinterpretador a la
restauración respetuosa.
En el Museu Arqueológico de Heraclión pueden admirarse
los frescos maravillosos del palacio, pero es en la vecina Festos donde uno se
hace idea del gran poder de aquellos reyes. Quizás porque el palacio de
Cnosos no tiene murallas y se encuentra en un llano. El de Festos, en cambio,
disfruta de una posición encumbrada desde la que domina el paisaje
impresionante de Creta, ordenado desde hace siglos por los humanos.
La sensación que transmite Cnosos es que sus ruinas
tienen poco que ver con la
Grecia clásica que conocemos. Y es que, de hecho, estamos
ante una civilización anterior. Impresiona, sin embargo, pensar que en Creta
empieza, en cierto modo, la historia de la Grecia antigua.
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