viernes, 21 de febrero de 2014

Bután, la felicidad a 250 dólares por día



El vuelo de Katmandú a Paro, el aeropuerto internacional de Bután, es un buen prólogo para introducirse en la geografía de Bután, un reino oculto entre los altos picos del Himalaya. Michel Peissel escribió en 1971 un libro titulado Bután secreto, y hay que admitir que este pequeño país, poblado tan sólo por 600.000 personas, sigue teniendo mucho misterio. Su nombre en butanés es Druk Yul, que significa “la tierra del trueno del dragón”, y la única compañía aérea que vuela hasta allí, con un descenso final vertiginoso, casi rozando las montañas, es Druk Air, cuyos aviones exhiben un dragón en la cola. 
La terminal de Paro, en la que domina la madera pintada y un gran retrato de los Reyes de Bután, es pequeña, y los trámites sencillos, siempre que vayas provisto de uno de los visados más caros del mundo: 250 dólares por día (incluye alojamiento, comidas y coche con guía). En Bután queda claro, en cualquier caso, que no quieren turismo barato. Un anuncio que recuerda que está prohibido fumar en todo el país (la venta de tabaco se castiga con prisión) y la apuesta del Gobierno por la Felicidad Nacional Bruta avisan que estamos en un país budista distinto a cualquier otro.
Una vez fuera del aeropuerto, sorprende la escasez de gente y de coches, sobre todo si comparamos con el superpoblado Katmandú, y el silencio casi absoluto. En Bután todo fluye suavemente entre montañas y ríos caudalosos, o por lo menos esta es la impresión que da de entrada, por unas carreteras en las que la velocidad máxima es de 50 kilómetros por hora y donde están prohibidas las grandes vallas publicitarias. En los flancos de la montaña, las numerosas banderolas budistas desplegadas al viento parecen gritar en voz baja: “¡Bienvenidos a Bután!”. 

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