En Thimphu, la
capital de Bután, te comentan con orgullo que no hay ningún semáforo en sus
calles. No sé si esto contribuye a la felicidad, pero lo
cierto es que no hay atascos en Bután. Claro que son sólo 600.000 (50.000
en Thimphu) en un país del tamaño de Suiza, aunque con montañas más altas. En
cualquier caso, en la esquina principal de Thimphu los guardias no parecen muy
agobiados con el tráfico.
A la salida de
Thimphu, por cierto, hay la única autopista del país. Tiene sólo 7 kilómetros
de largo, pero es que los llanos no abundan en Bután. Aunque es de cuatro
carriles, aquí también está prohibido circular a más de 50 por hora. Y fumar,
claro. Muy cerca hay un moderno centro comercial en el que se encuentra la
única escalera mecánica de Bután. Es un éxito: la gente no compra mucho,
pero les gusta subir y bajar por la escalera, una de las grandes atracciones
del país, si dejamos de lado la felicidad y las montañas.
La calle principal
de Thimphu parece sacada de un pueblo, con casas bajas pintadas de colores,
poco tráfico y tiendas en las que no puede decirse que haya un desenfrenado
consumismo. En la plaza principal, los niños juegan al fútbol, ajenos a la
noticia de que la FIFA
sitúa al Bután en las últimas posiciones de los países del mundo. Hay un
documental del 2003, por cierto, The
other final, que trata del enfrentamiento en 2002 entre los dos peores
países del ranking FIFA: la isla de Montserrat y Bután. Aquel día ganó Bután, pero
los montserratinos alegaron que les había perjudicado el mal de altura, ya que
el partido se jugó a 2.200 metros. El mismo día, para más recochineo, se jugaba la auténtica final del mundial, entre Brasil y Alemania.
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