Cuando llegas al
valle de Punakha, a unos 1.800 metros de altura, entiendes porque a Bután lo
llaman “el nuevo Shangri-la”. Hay algo mágico en este extenso valle lleno de
templos, monasterios y campos de arroz, con un ancho río, casas rematadas con
madera pintada, banderolas budistas y el impresionante dzong, mitad monasterio, mitad centro
administrativo, que ejerce de capital de invierno.
Visto desde
fuera, el dzong de Punakha impresiona. Está situado en la confluencia de dos
ríos que bajan de las cumbres del Himalaya. Cuando cae la tarde y la luz va cambiando, no te cansas de
mirarlo. Tiene aspecto de fortaleza, de Potala, de lugar sagrado. Data del
siglo XVII, ha sido destruido varias veces por el fuego y por las inundaciones,
pero siempre ha renacido de sus cenizas.
La entrada en el
dzong, por unas escaleras empinadas, te transmite algo parecido a una ceremonia
de iniciación que se confirma con los grandes molinos de oración, los mandalas,
los distintos patios y templos y los lamas que caminan ensimismados, como si vivieran en
otro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario