De repente, en
las Feroe, el tiempo cambia. Así, sin avisar. Los vientos atolondrados del
Atlántico Norte tienen la culpa. De los 15 grados y ambiente soleado de ayer
pasamos a los 3 grados, con cielo cubierto y nevadas esporádicas. Ha llegado el
frío, pero a los feroenses no parece importarles. Sólo los turistas del sur
ponemos cara de desconcierto. Pero la vida sigue y se impone recorrer las islas
en coche, para disfrutar de una luz tamizada por la niebla y la lluvia, y para
descubrir, al final de los fiordos y del asfalto, pueblos ensimismados. Es el
caso de Gásadalur, con unos pocos habitantes que resisten en un valle idílico,
cerca de una bellísima cascada que se desploma sobre un mar gris metálico.
Gásadalur es un
pueblo hermoso, como lo es Tjørnuvík,
agazapado al final del fiordo de Sundini. Lo que me gusta de Tjørnuvík es la sensación de lugar frágil que
desprende, entre las montañas nevadas y un mar amenazante, con una isla disfrazada
de bruja justo enfrente.
Hay muchos pueblos como Gásadalur y Tjørnuvík
en las dieciocho islas de las Feroe, unidas por una sutil ingeniería de túneles
y puentes. En medio, la belleza de un paisaje vestido de verde esmeralda.
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