De las dieciocho
islas que componen el archipiélago de las Feroe, Mykines tiene fama de ser la
más bonita. Y con razón. Sólo tiene diez kilómetros cuadrados y un único pueblo
en el que viven catorce habitantes, pero la naturaleza es su fuerte. Por algo Mykines
es el paraíso de los ornitólogos. Llegamos en barco desde el pueblo de
Sorvagur, en una travesía de cuarenta minutos. Mientras permanecemos en el
fiordo, el mar está tranquilo, pero una vez fuera las olas empiezan a mostrar
su poderío.
El puerto es
casi la única infraestructura de la isla. Está en un lugar resguardado, pero
para llegar al pueblo hay que subir unas escaleras empinadas que indican que la
vida aquí no es fácil. En los últimos años, los nacidos en Mykines han emigrado
a otras islas; en el pequeño pueblo quedan unas cuantas casas y un par de
albergues para montañeros.
El camino hasta
el faro es ruta obligada en Mykines. Como en muchos otros casos, lo importante
no es llegar, si no disfrutar de las bellas vistas y de los acantilados llenos
de aves chillonas, entre las que destacan los frailecillos. Unos cuantos
corderos, focas que descansan en los islotes y miles y miles de aves permiten
gozar de esta isla única. El regreso, en helicóptero, permite disfrutar de la
visión aérea de esta pequeña gran isla.
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