Para volar a
Camboya hay que pasar primero por el aeropuerto de Bangkok. Son más de diez
horas desde Madrid, pero ya se sabe que lo bueno se hace esperar. Una vez en la
capital de Tailandia, con los sentidos medio dormidos y los ojos medio cerrados
por culpa del jet lag, toca cambiar
de ventanilla, pasar controles policiales como un zombie y subirse a un avión de Bangkok Airways, la compañía boutique que en sólo una hora te lleva
al aeropuerto de Siem Reap, la ciudad adosada a los maravillosos templos de
Angkor, una de las maravillas de Asia.
A bordo, la vida
es fácil, con azafatas sonrientes, arrozales en la ventanilla y Camboya cada
vez más cerca. Sólo rellenar el formulario de entrada se me ilumina la mirada.
“Cambodia, Kingdom of Wonder”, dice
la tarjeta, con la silueta de Angkor Wat presidiendo. ¡Uau, ya me estoy camboyando encima”.
La última vez
que estuve en Siem Reap, con la mochila a la espalda y presupuesto low cost, tardé diez horas en autobús
desde Bangkok. Fue un viaje largo, pesado e incómodo que parecía que no iba a
terminar nunca. Hoy, afortunadamente, todo va mejor, más fluido. Sí, ya sé que
un autobús renqueante da más sensación de viaje, pero el avión acorta
distancias, algo que se agradece cuando ya llevas una eternidad en avión y no sabes ni que día es hoy.
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