Había estado en
Angkor, la antigua capital del imperio jemer, hace diez años. Recuerdo que
llovía y que no había demasiada gente en este recinto con incontables
templos dispersos en la jungla. Yo había alquilado un tuk-tuk y me dedicaba a
ir de templo en templo sin salir de mi asombro. Hoy, sin embargo, hace sol y
Angkor está lleno de turistas. Se hace incluso difícil avanzar, pero templos
como el de Ta Prom, con unas raíces gigantes que parecen monstruos abisales
dispuestos a engullirlo, consiguen cautivarme de nuevo.
El hecho de que
por estos parajes se moviera Angelina Jolie, en Tomb’s Raider, ha hecho que Ta Prom se convierta en el templo más
deseado. Todos quieren hacerse fotos en plan Angelina, con las raíces
destructoras como fondo, todos quieren ser un superhéroe en Angkor.
La entrada a
través del templo de Bayon ya avisa que Angkor es un monumento diferente. Las
más de cien caras sonrientes grabadas en la piedra advierten que este lugar es único
en el mundo. Los otros muchos templos son también una maravilla, sobre todo el gran templo de Angkor Wat. Angkor no
se acaba nunca, no cansa nunca… Me descubro, al salir del recinto, pensando cuando regresaré a Angkor.
Acabo de salir y ya echo de menos tanta belleza.
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