Cruzar de noche
el canal de Lemaire, en medio de una intensa nevada, equivale a retener la
respiración, forzar la vista, adecuar tus pasos por cubierta a la lenta velocidad
del Fram, protegerte contra el frío y
cruzar los dedos para que todo salga bien. El barco avanza en zigzag, con
prudencia, esquivando icebergs en medio del crujir de la capa de hielo que hay
en superficie.
Cuando la nevada reduce
la visibilidad, el capitán ordena, desde el puente de mando, encender un potente
foco para ver mejor el mar de hielo. Es un mundo inundado de blanco, envuelto
en silencio, en el que uno tiene la sensación de que el hombre es tan sólo un
accidente mínimo. La grandiosidad del paisaje sobrecoge.
Ésta es la
última entrada que escribo sobre la Antártida. Podría
escribir muchas más sobre esta tierra fascinante, pero no puedo alargarme
indefinidamente. Para terminar, nada mejor que el canal de Lemaire. Fue
emocionante cruzar este canal estrecho, poblado de icebergs de todos los tamaños
y con glaciares a ambos lados, inmensas fábricas de hielo que arrojan, de vez
en cuando, aún más hielo a este mar inacabable para resalzar, aún más si cabe, la belleza dramática del continente helado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario