Hay países en
los que, desde el primer momento, te sientes bienvenido. Costa de Marfil, sin
ir más lejos. Influye que viajé allí invitado por el Ministerio de Turismo y
formando parte de una delegación española que, fuera donde fuera, era recibida
con aplausos, vítores, danzas, jolgorio, abrazos, sonrisas, vino de palma y
rituales de bienvenida. En resumen, algo así como Bienvenido Mister Marshall, pero en versión africana.
El periplo
empezó por la preciosa playa de Grand Jacques, en una carpa bajo las palmeras
en la que pudimos sentir la calidez de unos lugareños que bailaban y reían a
pesar de los más de treinta grados y la elevada humedad. Sudé tanto allí que
pienso que si me hubiera entretenido en recoger el sudor habría llenado unos
cuantos cubos. Todo un contraste con mi anterior viaje: nada menos que a la Antártida. Los notables locales, ataviados con sus mejores prendas, nos
desearon la bienvenida y nos obsequiaron con agua de coco recién bajado de la
palmera. Una delicia.
Uno se
acostumbra rápido a caminar entre la multitud como si fuera una estrella de
rock o el mismísimo Mister Marshall. Se trata de lucir una gran sonrisa, saludar sin cesar y tratar de devolver con la
mirada todo el buen rollo que te regala la gente. El director general de Turismo nos lanzó un deseo: “Cuando la guerra, el país estaba lleno de periodistas, pero llegó la paz y se
marcharon todos. Queremos que vuelvan para que cuenten lo bello y tranquilo que
es el país y que hagan que regrese el turismo”. Pues eso, Mister Marshall.
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