De todas las
cosas que vi en Birmania, la que más me llamó la atención fue este cartel
dirigido a los motoristas en Tachileik. Me gusta porque es claro y conciso, sin
problema de lengua. Esto no puede hacerse y ya está. Cierto que también vi algunos templos y comí de maravilla,
pero los viajes tienen eso: al final te quedas con una imagen que se te queda
grabada.
Fue mi amigo
Romero el que me propuso la escapada birmana. “Tengo que ir un momento a
Birmania”, me dijo mientras estábamos holgazaneando en Chiang Mai. ¿Me
acompañas?”. Me sorprendió cómo lo dijo, en un tono neutro, como si dijera:
“Voy un momento a comprar el periódico”. Teniendo en cuenta que Mae Sai, el
pueblo de la frontera, se encuentra a más de 200 kilómetros, me pareció un
capricho curioso. Luego me lo explicó: tenía que ir a Birmania por un lío
burocrático. Así pues, subimos a un autobús hasta Chiang Rai y luego a otro
hasta la frontera, que pasamos a pie, sin agobios. Lo curioso es que, en vez de ponerte un
sello, si vas de paseo por unas horas, la Policía birmana se queda con tu pasaporte, te da uno
provisional y te lo devuelve cuando regresas. Allí, por cierto, vi este otro
cartel.
El “momento
birmano” estuvo bien. De paso estuvimos un día en un agradable poblado akha del
Triángulo de Oro, paseamos por plantaciones de te y nos bebimos unas buenas cervezas a orillas del Mekong, en
Chiang Saeng. Tardamos unos cuantos días, pero es lo que tienen los viajes: que la línea recta y el camino más
lento casi nunca es lo mejor. Lo bueno siempre toma su tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario