martes, 3 de abril de 2012

Uzbekistán (8): El santuario sufí de Naqshband


Hay, cerca de Bukhara, un lugar que conmueve: el mausoleo de Bakhautdin Naqshband, un místico sufí de quien se dice que era muy milagroso. Vivió en el siglo XIV y sus seguidores, que forman la orden sufí más influyente del mundo, le levantaron un mausoleo en el siglo XVI. Hace unos años este lugar sagrado para los sufís era una pura ruina, pero los fieles seguían visitándolo con devoción. Daban tres vueltas alrededor de un tronco muerto que consideran sagrado, dejaban unos billetes bajo el mismo, pedían un deseo y se esforzaban por arrancar una astilla que les serviría de protección. 


            En el 2003 el santuario fue restaurado. A mi parecer, en exceso. Reconstruyeron mezquitas, madrazas y mausoleos tan a fondo que parecen nuevas, dándoles un esplendor de nuevo rico, pero los fieles siguen acudiendo al lugar que más les importa, el árbol de los deseos, el tronco sagrado que les protege de un futuro aciago, y se esfuerzan por arrancar una astilla con ayuda de un cuchillo.
 No muy lejos del santuario se encuentra el palacio de verano del emir, construido a principios del siglo XX en un estilo mezcla de ruso y centroasiático. El emir era un hombre cruel que mató a dos enviados británicos, pero deja entrever en su palacio, lleno de objetos traídos de lugares lejanos, que le atraía la ostentación.


Mientras paseo por el palacio, sin embargo, no puedo evitar pensar en el tronco de los deseos del santuario sufí, donde, lejos de tanto lujo, una sola astilla basta a los devotos para sentirse los seres más afortunados del mundo.

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