Los faros
siempre tienen un atractivo especial, sobre todo cuando la tormenta enfurece
las aguas y, como decía el gran poeta Ausiàs Marc, parece que el mar hierva, “mudant color e l’estat natural”. Incluso
hoy, cuando la figura romántica del farero ha cedido el paso al frío piloto
automático, los faros siguen simbolizando la luz que te guía en medio de la
oscuridad y la confusión. En este sentido, el faro de Alnes, en el sur de
Noruega, es un buen lugar para despedirme de Noruega.
La parte más
antigua del faro de Alnes data de 1876, aunque una reforma de 1936 le dio su
aspecto actual. En cualquier caso, en esta costa abrupta y resquebrajada,
azotada por el viento y las olas, el faro de Alnes tiene la virtud de acogerte
con cariño, sobre todo cuando las dos mujeres que lo llevan, Ida y Anja, te
ofrecen su excelente sopa de pescado y un pastel que desprende calidez casera.
Cuenta Ida que cuando
hay tormenta le gusta subir al faro. “Es increíble sentir el viento en la casa
y ver cómo se encrespa el mar”, dice ilusionada. “Esta cosa tiene algo
especial”. Y mientras las nubes atraviesan el
cielo en modo acelerado, dando lugar a constantes cambios de luz, le doy la razón.
Esta costa tiene algo muy especial, sobre todo cuando la miras desde el faro. La
voy a echar de menos, y también a los elfos y a los espíritus que seguro que
siguen campando por los fiordos noruegos.
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