Bora Bora es una
de esas islas paradisíacas que ostentan la etiqueta de “ideal para lunas de
miel”. La vida es así. Antes las parejas se confirmaban con ir a Mallorca, pero
como ahora se lleva la lejanía, Bora Bora gana puntos entre los honeymooners de alto poder adquisitivo. Y
el marco lo merece, sin duda: una isla volcánica y abrupta con una laguna azul turquesa
en la que parecen levitar los bungalows
de los hoteles 5 estrellas.
Air Tahití tiene 5 o 6 vuelos diarios entre Tahití y Bora Bora, lo que asegura un flujo constante de turistas. El problema, en mi caso, es que cuando fui allí para escribir un reportaje, sólo veía parejas que se arrullaban, se miraban con cara de besugo y se hacían arrumacos sin fin. En fin, cosas del amor recién estrenado… No es extraño, visto lo visto, que en Bora Bora me aficionara al submarinismo.
En un bar de
Bora Bora, por cierto, asistí a una escena impagable. Había una pareja con
aspecto de aburrirse mucho y un camarero les preguntó de donde eran. Él
respondió que de Alemania. La siguiente pregunta fue si eran “honeymooners”. A lo que él, muy serio,
contestó: “No, somos de Frankfurt”. Fue un caso obvio de lost in translation, pero entonces se me ocurrió que si todos los
que van de luna de miel a Bora Bora repitieran para el divorcio, el negocio
del turismo en la isla sería inconmensurable.
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